Obama mismo es un orador único, en 2008 logró ganar la presidencia basándose principalmente en sus habilidades retóricas y un discurso cargado de esperanza y renovación. Pero su posición en estas elecciones no es la misma de hace cuatro años, el presidente entiende que el cuerpo crea inmunidad a dosis repetidas de lo mismo, algo similar ocurre en la sociedad, Obama posee la llave de un discurso capaz de contagiar de esperanza a cualquiera, pero sabe que sobremedicarlo puede causar rechazo.
Por eso fue tan genial la orquestación de los discursos en la Convención Nacional Demócrata. No sería Obama quien brillaría esta vez, al presidente le tocaría asumir retos, reconocer errores y plantear objetivos, un rol sin duda parco, secundario pero necesario. Los grandes políticos entienden que hay batallas que se tienen que perder para ganar la guerra, hay veces que el silencio gana debates.
Obama no brilló en su discurso porque no tenía que brillar, su misión era acabar su presentación sin perder votos, ni tampoco necesariamente ganarlos. Ese trabajo ya lo había realizado el ex presidente Clinton, que como voz externa al gobierno goza de suficiente legitimidad como para enaltecer triunfos tan escuetos que habrían parecido cínicos en la voz del presidente. En ese sentido, Bill Clinton dio un discurso memorable, fue construyendo un mundo retórico de cifras y ejemplos, una construcción solida, amurallada por datos infranqueables, de paso construyendo una realidad discursiva sobre el cuatrienio de Obama que los republicanos no podrían tirar. Clinton triunfó porque identificó algo que los republicanos una semana antes no lograron: su público.
La Convención Republicana tuvo como objetivo atacar a los demócratas, su discurso fue dirigido a ellos y en especial a Obama. Clint Eastwood habló a una silla vacía que él llamó presidente pero que nunca lo fue. Si los republicanos ponían todo su esfuerzo en crear la fantasía de que Obama debía sentarse en el banquillo de los acusados, Clinton con gran audacia haría parecer ridículo el ejercicio y terminaría por hacernos olvidarlo. La convención republicana tuvo el objetivo de enjuiciar al presidente, pero falló porque un solo discurso rompió la falsa ilusión que se empeñaron en crear.
Pero el ejercicio de la silla reveló algo aún más importante, la Convención Republicana fue un discurso dirigido a los demócratas y no al estadounidense común y corriente. Contrario a ellos, Clinton y los demócratas dirigirían su mensaje a un público más importante: los votantes, aquellos que finalmente los juzgarían en unos meses.
Al confundir el receptor del mensaje los republicanos erraron en su discurso. En respuesta, los demócratas recurrieron al infalible Clinton, el as bajo la manga que permitiría restaurar la imagen del presidente. Desde una estructura retórica sólida y persuasiva, Clinton transformaría la percepción de la gestión demócrata y redefiniría el voto de muchos indecisos. Las encuestas parecen darle razón a los demócratas, dirigirse a los ciudadanos fue más efectivo que hablarle a una silla vacía donde una ilusión colectiva permitió a tan solo algunos pensar a Obama.