En un mundo cada vez más conectado y volátil, pocas actividades del gobierno son tan esenciales como la producción de información confiable. En este sentido el INEGI, como pocas instituciones en el país, se ha destacado.
A diferencia de las instituciones oficiales de estadística en países como Argentina, China y Venezuela que son poco creíbles, bajo la tutela de Eduardo Sojo el INEGI se ha caracterizado por su innovación y su profesionalismo.
Actualmente se producen desde los indicadores más básicos para comparaciones internacionales, como el PIB, hasta otros más curiosos pero de interés nacional, como el bienestar subjetivo y los hábitos de lectura.
Sería también imprudente olvidarnos de su aportación a conocer nuestra geografía: los mapas y la información que usan Google Maps y Waze son producto de un esfuerzo titánico de la institución en los últimos años por mantener consistencia y cobertura en los datos de establecimientos.
Por ello no es menor lo que sucederá en los próximos días: el relevo en el INEGI, que deberá ser aprobado antes del 15 de diciembre tiene el potencial de influir en millones de dólares de inversiones y afectar a miles de personas.
A pesar de no acaparar reflectores como los berrinches de Andrés Manuel López Obrador, esta decisión es por mucho de las más importantes del sexenio. Al próximo presidente del instituto le queda un reto importante y estándares altos. Pero podría ser una buena oportunidad para mejorar aún más la institución.
Primero, es urgente una modernización en sus sistemas de diseminación de información. El Banco de la Reserva de St. Louis, que reúne miles de indicadores en un poderoso sitio, es un excelente ejemplo de lo que puede llegar a ser el INEGI.
Es necesario ampliar y homologar las capacidades técnicas de informática. Algunos proyectos, como el DENUE (mapa de negocios nacional), están relativamente mejor adaptados al siglo XXI. Otros datos están escondidos en formatos poco amigables para el usuario de consumo medio.
Más capacidad técnica es de vital importancia para el futuro. Los datos del INEGI ya son insumos indispensables en muchos productos y servicios.
Segundo, el INEGI necesita ser más asertivo a través del Sistema Nacional de Información Estadística y Geográfica y otros órganos oficiales en los que tiene presencia.
La iniciativa de datos abiertos del Gobierno Federal ha servido para poco más que buena publicidad. El INEGI está en posición de ser líder en el tema, incluyendo al INAI e INE en los procesos de recopilación de datos públicos.
Una transformación profunda implica sustancial inversión, en un momento en el cuál el legislativo parece pensar lo contrario: el presupuesto para el instituto durante el 2016 sufrió de una baja contra este año.
Lo que me lleva a mi segundo punto.
El presidente Enrique Peña Nieto ha dado en los últimos días indicios de que propondrá a Julio Alfonso Santaella Castell, funcionario con amplia trayectoria en el Banco de México.
En papel, Santaella Castell es buena propuesta: tiene experiencia de carrera en otra importante y confiable institución. Pero más que su experiencia, será de vital importancia para el futuro del INEGI la capacidad política del próximo presidente.
Éste debe ser un proactivo defensor de la autonomía pero además suficientemente astuto para convencer al legislativo de que se necesita más acceso y recursos.