Viví mi infancia en el sur de la ciudad, cuando el DF era un monstruo inabarcable e ir a la Condesa o al centro era una extravagancia, tanto que lo hacíamos solo una vez al año, quizá tan solo para cumplir un deber ciudadano, alimentar nuestros egos cosmopolitas y acaso pasar por una nieve a Roxy. Aquella era una ciudad partida, desarticulada, una ciudad compuesta en realidad de pequeñas mini (y no tan mini) ciudades que poco tenían que ver una con la otra. Neza, Polanco, Coyoacán, Las Lomas, todas metrópolis oblicuas, distintas una de la otra e inconvenientemente agrupadas en una misma zona geográfica. Hablar de “la ciudad” era referirse a un centro histórico desubicado, lejos del centro geográfico y de todas formas indeseable. Las aspiraciones clase medieras estaban en los barrios de la periferia, alejarse del centro, la juventud “ilustrada” quería vivir en Las Lomas. La ciudad de mi infancia no es tan lejana en años pero si en fisionomía. Si los sueños de una clase se vertían hacía los cerros, hoy, tan solo una década después, buscan bajar de la montaña como Zaratustra en búsqueda de un centro desorientado, difuso que por muchos años fue la provincia más remota de la capital; el centro como prototipo del área metropolitana de más difícil acceso. Es el síntoma de una nueva ciudad, de un monstruo que de pronto es un poco más apacible, aunque aún indomesticable. A unos cuantos arboles del ecocidio, dos metros antes de tirarse al precipicio que circula al valle, la ciudad de México decidió salvarse, volver a ser humana.
Los últimos 10 años han venido bien a la otrora México-Tenochititlan, la ciudad recupera a sus ciudadanos y los ciudadanos recuperan su ciudad. No se trata de algo menor tratándose de una de las llamadas megaciudades, una Ciudad que vivió constantemente al borde de la catástrofe. Hoy, la Ciudad de México, la ciudad que Monsivais llamó post-apocalíptica porque aquí el fin del mundo refería a un hecho consumado, muestra signos de vida. Ha sido un trabajo conjunto, una ciudadanía madura, activa y exigente y a la vez un gobierno que ha tenido aciertos importantes. La ciudad poco a poco encuentra ciertos equilibrios, pero sobre todo se va volviendo eso, una ciudad; interconectada, vivible. Las grandes ciudades del mundo requieren de peatones, de espacio público, de transporte y movibilidad, requieren de una visión que las englobe como un todo, ese ha sido el mayor acierto de las administraciones más recientes. En ese sentido ha habido proyectos interesantes que han tenido consecuencias benéficas en la Ciudad. La nueva línea del metro, el metrobus y la ecobici han sido aciertos en materia de transporte público. La restructuración de Reforma , la recuperación del centro histórico, el Monumento a la revolución y la Calle Madero han sido, por su parte, maneras exitosas de devolverle vida a la ciudad. Sin embargo, falta mucho por hacer, el oriente y sur de la ciudad han sido marginados de estas transformaciones. Proyectos sin embargo no faltan, desde la indispensable recuperación del Lago de Texcoco hasta el acuario en Xochimilco, las zonas más marginadas de la ciudad deben ser recuperadas a través de proyectos urbanos viables y sustentables que transformen la ciudad en múltiples niveles.
Una nueva idea de DF se vislumbra en el imaginario colectivo. Por ello, los próximos años serán determinantes si queremos realmente aspirar a transformarla manteniendo un criterio de sustentabilidad, interconectividad, movilidad e incluso de modernidad.