Muy interesante, al menos por su potencial polémico, es el planteamiento que hace Cristiada, la cinta de producción mexicana más cara de la historia: 110 millones de pesos.
Es un conjunto de técnicas cinematográficas aplicadas muy a la americana, que nos trae un western mezclado con drama para recrear el pasaje de nuestra historia conocido como la Guerra Cristera.
Más allá de compañías y producciones, resulta evidente que se trata de un film mandado hacer para incidir en esta época electoral donde, como en siglos anteriores, se siguen enfrentando las dos típicas fracciones que han jaloneado el desarrollo de nuestra historia.
La trama arranca en 1926, cuando el presidente Plutarco Elías Calles (Rubén Blades) restringe el poder de la Iglesia Católica a través de leyes que prohíben las prácticas religiosas públicas. Es entonces cuando algunos grupos de fervientes creyentes se oponen hasta levantarse en armas contra el ejército nacional.
Wright, cuya filmografía, sea irónica coincidencia o no, evidencia una amplia experiencia en la supervisión de efectos especiales de películas mayormente fantásticas, como Las Crónicas de Narnia y El Señor de los Anillos, tuvo su mayor acercamiento a la realidad desde el cine con Titanic –también en efectos especiales–, allá en 1997.
Una clave que nos ayuda a entender el tenor de dramatismo, acción y efectismo visual aplicado también aquí para acercarnos a figuras históricas como el general Enrique Gorostieta, interpretado por Andy García.
Integrada por un elenco internacional que agrupa junto a García y Kuri figuras como Peter O’Toole, Eva Longoria, Catalina Sandino Moreno y Eduardo Verástegui, además de Blades como el presidente Calles, la cinta termina de alejarse de toda credibilidad histórica al traicionar la transparencia que toda ficción debe conseguir en el cine, pues nadie puede llegar al acuerdo necesario si escucha a los supuestos campesinos mexicanos de principios del siglo 20, expresándose en inglés.
Además, narrada al más puro estilo del western, la figura de Gorostieta –en la interpretación de García– se aleja de los claroscuros históricos propios de este cercano colaborador de Victoriano Huerta.
En resumen, poniendo en juego todos los dispositivos cinematográficos necesarios, Wright entrega una cinta cinematográficamente correcta, pero tan evidentemente sometida a la parcialidad ideológica y al burdo manipuleo emocional, que molesta.
Aunque lo que puede decirse a su favor es que no solamente se aleja de las temáticas más reiteradas del actual cine nacional, –y me refiero a El Infierno (2010), de Luis Estrada, o Miss Bala (2011), de Gerardo Naranjo–, sino al hecho de que Cristiada provoca o debería provocar, en el mejor de los casos, la revisión objetiva de este pasaje de la historia.