Los errores de las administraciones (de todos los tiempos), los actos de corrupción, la insensibilidad política y otras cosas peores son el resultado que trae a la alza los impuestos, la cotidianidad junto al encono diario.
Un país fragmentado en desigualdad no puede sino hacer justos reclamos por lo que no ve “para cuándo”. Sobre todo cuando en medio de la crisis económica que ha venido como efecto dominó en el mundo, desde 2008, trae temibles y terribles consecuencias e impactos que socialmente son negativos. Estamos desesperados. Sin duda.
A eso se le suma la desconfianza no sólo a los políticos… Empresarios, oenegeros, comerciantes, activistas, todos cabemos ahí porque tal parece que el país se ha convertido en sinónimo de lo que Trump aseverara en su campaña tajantemente y con dureza: todos son violentos, todos somos narcos, todos.
Cambio el “son” al “somos” porque considero que eso es lo que le hace falta a más de un mexicano. Asumir una responsabilidad propia como parte de los problemas públicos puede (en ciertos casos) detonar la corresponsabilidad colectiva que necesitamos.
Apelar a esto para más de uno resulta en ingenuidad. Para la generación que me antecede que desconfía de todo y la que viene que es escéptica de todo. Ahí me siento como el “jamón” del sándwich que no sabe a veces ni cómo asumir una postura que sea firme, pero que al mismo tiempo no caiga ni abone en la desesperanza generalizada. “Sueñas mucho, Indira”, y sí… quisiera que existiera en más personas esa capacidad para soñar un país diferente.
Porque con coraje, miedo e impotencia nadie ha construido absolutamente nada.
Más allá de tener “diarrea” en los dedos o en la lengua, habría que generar un compromiso de lealtad al país.
No es posible seguir viviendo en circunstancias indignantes. Hablo de quienes tienen que luchar todos los días no por una causa, sino por la vida misma. Los pobres, los que no tienen acceso al seguro médico, las mujeres violentadas, los infantes que no pueden ir a la escuela, las comunidades a las que se les violentan sus derechos sin que tengan una voz si quiera audible.
Esto no es un trillado al llamado “ya basta”, sino una provocación a la reflexión no de lo que le podamos pedir al otro, sino lo que realmente estamos dispuestos a darle al país.
Que ese odio que inspira y nos condena a un círculo de victimización lo encaucemos para crear en tiempos de total incertidumbre.
Querer mucho a México, porque lejos de cualquier daño que los monopolios del poder le han hecho, existen personas que son las excepciones. Este año que pasó tuve la oportunidad de conocer a más de una y documentarlo mediante una campaña que inicié: #unnuevogenmexicano
Reinventarse desde cada trinchera no importando dónde se esté, abonaría a encaminar esa impotencia a la creatividad suficiente como para transformar.
Enojarnos como desahogo, pero entender que no hay varita mágica, ni salvador, ni mesías que alcance para lograr hacer valer nuestro poder constitucional.
Hace unas semanas leía un libro. “32 superhéroes mexicanos” de Emilio Cárdenas Monfort. Si puede léalo, se dará cuenta que nada de lo que he escrito son sueños echados en sacos rotos.
Hay gente con la que colaborar, que realmente demuestra que hacen lo imposible en resiliencia para que este panorama que parece “monstruoso” o hasta “perverso” no lo sea. Muchos de ellos sin dinero, sin poder político, sin nada más que una intención e ideas traducida en esfuerzo constante.
En mi primera columna de este año, aunque sé que puedo mentar madres, quiero dejarle esto en claro: Nadie, absolutamente nadie, va a “salvar” a este país sino lo hace usted mismo y empieza desde hoy.
Este barco que se hunde necesita que haya más protagonistas de una historia nueva que se debe, por obligación moral, construir. No será posible sin cada uno de nosotros. Arrinconemos más con acciones que con palabras a quienes no quieren a México. Seamos más los que saquemos con amor la valentía, la audacia y la honestidad que tanto necesitamos para sobrevivir la crisis que es. Querer. Mucho.
Querer mucho a México
Los errores de las administraciones (de todos los tiempos), los actos de corrupción, la insensibilidad política y otras cosas peores son el resultado que trae a la alza los impuestos, la cotidianidad junto al encono diario.
Un país fragmentado en desigualdad no puede sino hacer justos reclamos por lo que no ve “para cuándo”.