¿Cuánto cuesta la justicia? #yakirilibre
¿Te has preguntado cuánto cuesta la justicia? Alguna vez he tenido la intención de sumar los costos que no solamente son emocionales o físicos, sino también se traducen en dinero –peso por peso de esos que a nadie nos sobran- cuando uno se enfrenta a la injusticia en México.
Porque en nuestro país, tal pareciera que existen dos grandes “lujos”: enfermarse y parar en la cárcel.
Indira Kempis¿Te has preguntado cuánto cuesta la justicia? Alguna vez he tenido la intención de sumar los costos que no solamente son emocionales o físicos, sino también se traducen en dinero –peso por peso de esos que a nadie nos sobran- cuando uno se enfrenta a la injusticia en México.
Porque en nuestro país, tal pareciera que existen dos grandes “lujos”: enfermarse y parar en la cárcel.
Acusada de matar a su violador, pero arrojando pruebas de su legítima defensa, Yakiri Rubio es una de las pocas personas que visiblemente han podido exponer ante los ojos del mundo las atrocidades que se cometen en aras de “hacer justicia”, y que terminan socavando los bolsillos, que tal pareciera que nuestros impuestos en realidad lo único que solventan es la impunidad. Absurdo, pero real.
Porque, quiero suponer, que cuando dio aviso a la Policía sobre su violación en ese cuarto de hotel de la colonia Doctores, en el Distrito Federal, jamás imaginó que encontraría a un sistema prácticamente en su contra. Y que, además, sus padres tenían que pagar por eso. Menos que sería tan caro.
Y es que hagamos cuentas de lo que cuesta enfrentarse al sistema de justicia mexicano: pasajes del transporte público (o gasolina, en su defecto), más los tiempos de traslados –porque como dirían los economistas “tiempo es dinero”-, comida, dejar de trabajar o pedir permisos a cuenta de la nómina (si es que se está en una), en caso de tener hijos y no poder atenderlos hay que pagar para que los cuiden, papelería que se traduce en cientos de copias, lápices, folders o hasta cuadernos. Ni hablar de los honorarios de un abogado o la asesoría legal de uno. No contamos tampoco los honorarios de psicólogo ni de algún otro especialista –si es que se tiene en la lista de necesidades primarias-, ¿te cansaste de contar el dinero? Yo también.
Porque, eso significa que una familia como la de Yaki, cuyos ingresos no son fijos viviendo en un entorno en donde tampoco hay personas que te presten grandes cantidades de dinero (y si lo hacen es con muchos intereses de por medio), podremos estar seguros de que esa “exigencia” de justicia que se traduce en trámites administrativos resulta en palabras de los escépticos: imposible. O que, definitivamente, te invita a “tirar la toalla” en “menos de lo que canta un gallo”.
¿Así quieren las autoridades que vayamos a denunciar responsablemente cualquier delito y llevar con compromiso un juicio con apego a la verdad y el debido proceso? No, pues está en chino. Más valdría no haber nunca llegado al Ministerio Público, quizá podría haber pensado Yaki… Pero no, su valentía nos ha demostrado que cuando se trata de lo que es justo, vale la pena aguantar el reto titánico que representa.
Por eso, lo que he aprendido acompañando víctimas de las violencias y la delincuencia, es que aunque no se quiera pensar demasiado en eso, la justicia cuesta y mucho. Demasiado.
Aunque José Luis y Marina, los padres de la chica del barrio de Tepito de apenas 20 años, no querían en un principio “dar molestias” (incluso se endeudaron para solventar los primeros gastos), varios ciudadanos participamos en gestar un fondo en la cuenta de Marina a fin de continuar con los gastos. No sólo eso, voluntarios, vecinos, organizaciones civiles, colectivos, funcionarios, políticos, han estado apoyando a la familia con asesorías, comida, pasajes.
Esa red de personas ha hecho posible que el caso de Yaki se apegue al debido proceso y al Estado de Derecho, mismo que la deja en libertad bajo fianza, pero sin terminar aún el proceso legal.
Esa red de ciudadanos, como bien lo indica la nota del periódico El País, son los responsables de que hoy se siente un precedente por el derecho de las mujeres a la legítima defensa. Porque al final del día no hay dinero que alcance para resolver un juicio y los muchos más de personas inocentes que están en la cárcel, pero esta vez el dinero sí jugó un papel importante: el de demostrarle a quienes alimentan a la impunidad, que los estamos observando, que estamos comprometidos con mejorar al sistema de justicia que (además ya pagamos con nuestros impuestos), pero sobre todo, que nos organizamos para pagar las externalidades de lo mucho que la injusticia y la justicia, cuestan.