Les escribo desde una isla pequeña que ha tenido una pérdida grande. Aislada, con mi ración de Internet limitada por decisión propia, me toca ser parte de la despedida del pueblo cubano a lo que para algunos es la figura del libertador, y otros, el del dictador.
El alejamiento de los medios de comunicación y de mi país me hace preguntar a esas decenas de personas que han quedado consternadas por la muerte de Fidel Castro, quiénes son los cubanos, qué piensan o quieren que pase con su país y cuáles son sus sentimientos.
En este cúmulo de impresiones hay de todo. La ambivalencia, el “sí, pero no” y la tristeza mezclada con incertidumbre como una convicción que parece sostenerse en su propia esperanza, son las únicas constantes.
Damián es nuestro taxista que amablemente nos ha llevado a un parque donde está la estatua de Emiliano Zapata. No estudió la universidad porque no quiso. Quiere un cambio porque le incomoda tener que batallar tanto para algunas cosas que en otras partes del mundo parecen accesibles: pintar una casa, tener shampoo, arreglar el auto cuando se descompone (maneja uno ruso de los años cincuenta). Aún con eso, lamenta que por una percepción negativa que tampoco es tan real sobre el líder revolucionario, paguen todos. Se dice sorprendido ante la sorpresa de los visitantes que cuando le preguntan por qué no estudió, su respuesta no sea por el dinero, sino porque no quiso.
Julio es barista. Mientras prepara un mojito nos cuenta que es ateo, estudió la universidad y trabaja extra porque no alcanza. Últimamente los apoyos se han visto reducidos y eso también les está afectando junto con el bloqueo estadounidense que tiene décadas. Pero agradece que dentro de todo lo positivo se le asegure en su país la educación y la salud. “Fidel fue un ser humano, pudo equivocarse, pero hizo en décadas lo que en siglos otros no hicieron”.
Dayné es maestra de primaria. Nos explica un poco de la historia de un edificio. “Aquí no hay cubano que no sepa su historia”. Le molesta la discriminación en la que se ha caído por el turismo.
Por una parte dejan dinero que sí requieren, pero a la población la sujetan a “esto es para los turistas y esto no es para tí”. Se siente enfadada hasta el fastidio por eso, pero aunque no le gusta, al final
de la conversación nos pregunta que si no traemos ropa o algo que dejarle.
Los bares cierran. La televisión cubana hace una cobertura en donde la mayoría de los entrevistados, cercanos o no a Fidel, se muestran reflexivos sobre su futuro. A mi madre y a mí nos toca este momento histórico de escucharlos reencontrarse en sus ideas de libertad, justicia, dignidad, verdad y otros conceptos que para ser un país de carencias (reales o aparentes) “por su manera de expresarse se nota que son cultos y estudiados”, afirma mi madre. Y sí, científicos, historiadores, poetas, caminan por la calle.
He leído montones de opiniones encontradas sobre Fidel Castro, tantas que a veces me dejan confundida y dudosa sobre lo que pienso sobre él. Pero de algo sí estoy segura. Los hombres que nacen para hacer historia, esos que amas u odias sin medias tintas, no se hicieron para adaptarse a las circunstancias que les tocó vivir sino para crearlas. Con pérdidas como ganancias, Fidel Castro marcó un gran capítulo para la humanidad. En su intento abrió este debate tan necesario en su época como en la nuestra. Sin duda, después de muerto seguirá dando mucho de qué hablar.
Estamos esperando el paso de sus cenizas en el pueblo de Matanzas, mi madre le pregunta a la señora a su lado: ¿qué debo hacer ahora que pase el Comandante? La cubana con ese acento corridito que vas “cachando” a pedazos le contesta: “cómo voy a saber. Sabía qué hacer cuando Fidel nos visitaba vivo. Es la única vez que lo hace muerto”.
En medio del luto no quepo de la risa interna de tan espontánea respuesta.
Al revolucionario que puso en la mira a Cuba. Al rebelde al que la historia que creó lo juzgará. A los cubanos que sin y con Fidel no dejarán de ser ese pueblo tan cariñoso, querido, apasionado. A todos los que luchan sin importar el amor y el odio. A ellos nos resta el respeto. Porque si algo se ganó esa pequeña isla fue el respeto de la comunidad internacional, el amor y el odio, pero el respeto.