Ninguno de los tres candidatos convence al electorado, que muestra claras señales de frustración, al extremo de estar dispuesto a darse un tiro en el paladar al votar por el “menos malo” de los aspirantes presidenciales.
López Obrador continúa confundiendo a la opinión pública desde que empezó a abandonar su estrategia amorosa para adoptar la misma posición visceral carente de ideas novedosas, atractivas y convincentes, propias de quien va a construir el México del futuro.
El peligro sigue latente desde que pretende gobernar con recetas extraídas del bote de la basura que demostraron su absoluta caducidad en un mundo globalizado.
Estamos frente a un político cansado, incapaz de controlar sus emociones y que carece de una formación global que le permita escoger, entre las más diversas, la vía más conveniente para el mejor desarrollo mexicano.
Josefina, ¡ay, Josefina! No levanta el vuelo ni con todo el apoyo de su partido y del gobierno. ¿Nadie tiene imaginación…? Le ha costado mucho trabajo aprender a ser candidata a la Presidencia de la República.
¿Dónde está su propuesta de fondo, la convincente, la arrebatadora que cale en la sociedad para animarla a votar por ella? Su discurso, a diferencia del de López Obrador, no es anacrónico, sino hueco, ausente de contenido, ciertamente descafeinado y aburrido, en el que prevalece la ausencia de ideas revolucionarias, audaces y visionarias.
¿Dónde están los argumentos bien vertebrados, articulados, consistentes e imprescindibles para llegar a ocupar Los Pinos? Estamos frente a una candidata apergaminada.
Peña Nieto es el candidato mediático: nunca ha existido un político mejor que él para leer un discurso. Los ademanes nos recuerdan a López Mateos, sin duda uno de los presidentes mexicanos dueño de un magnetismo que parece haberse perdido para siempre.
Al igual que sus contendientes, no ha estudiado ni leído, ni sabe el importe de un kilo de tortillas o del boleto del metro.
¿Quién era Peña Nieto tan solo seis años atrás? ¿Cuál es su agenda reformista para crecer al 7 por ciento? ¿Por qué votar por él? ¿Dónde está el estadista…?
Eso sí, se apuntó un notable éxito al reformar la Constitución, atentado en contra del Estado laico, cuya construcción costó sangre, sudor y lágrimas. ¿Votar por él y por la pandilla de priistas que lo acompañan, cuyos antecedentes delictivos justificarían una larga estancia en una prisión federal?
Nadie parece tener una agenda internacional. Y, por cierto, ¿la agenda internacional?
¿Por qué la indignidad? Porque ninguno de los tres contendientes tuvo la suficiente personalidad para rechazar la invitación del vicepresidente Joe Biden a reunirse con él en un hotel, en lugar de recibirlo honorablemente en su casa de campaña.
¡Cuánto habría crecido la imagen pública de cualquiera de ellos de haber rechazado asistir a un besamanos indecoroso como si fuéramos –¿lo somos?– un país bananero!
¿Más? El episcopado citó a los contendientes para entrevistarse con la alta jerarquía católica, y todos obedecieron dócilmente para demostrar cómo en un Estado laico se volverá a gobernar la República desde las sacristías. Otro sometimiento impúdico.
Falta el voto del gran elector –quiérase o no–, el de Felipe Calderón, quien bien podría filtrar a la prensa detalles secretos, digámoslo eufemísticamente, de lo que podría ser una sospechosa “capacidad de ahorro y de gasto” de los adversarios políticos de Josefina, salvo que el presidente haya decidido quedarse con los brazos cruzados para entregar sonriente la banda tricolor a López Obrador o a Peña Nieto. ¿Usted lo cree…?