El Papa Francisco visitó el Parlamento Europeo, creado en 1950. Esta es la segundo ocasión que un pontífice, máximo jerarca de la Iglesia Católica, visita este Parlamento. La primera vez sucedió en 1988 con Juan Pablo II.
A pesar de las manifestaciones de grupos radicales de laicos que consideraban la presencia del Papa como un atentado a la laicidad, el Papa llegó el martes 25 de noviembre y ofreció un discurso histórico.
Sin duda mágicas las palabras que pusieron de pie a todo el Parlamento, que por 12 minutos aplaudió su discurso.
Sin importar partido político, nacionalidad o religión, el Papa fue ovacionado.
Un discurso profundo que tocó desde el ser, la creación, la familia, hasta el peligro de las multinacionales en la democracia de los gobiernos.
Aplaudió la unión, cada vez mas grande, de una Europa que hoy concentra a 500 millones de europeos. Pero la llamó una Europa vieja, que ha perdido su dinamismo y protagonismo en el mundo, que ha dejado de actuar y ha perdido lo que el llamó “su fuerza de atracción, a favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones”.
“A eso se asocia”, continuo, “estilos de vida egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente”.
Esto ha llevado, según el Papa, a la “cultura del descarte y consumismo exasperado”, donde por un lado el hombre ha dejado de ser persona para ser considerado un mero ciudadano o sujeto económico, y por ende su presencia solo esta justificada a su valor.
Por eso, ante lo que el llama la cultura del descarte, nos hemos vuelto tan indiferentes ante las ideas de terminar la vida de los que ya no parecen útiles, como los son los ancianos y enfermos. O bien acabar con la vida de aquellos que aun no han nacido, hablando pues del aborto y la eutanasia.
La verdad es que el Papa tocó la parte torácica de los problemas de Europa y el mundo: la perdida de una ideología. Que por un lado, han dado paso a ideologías radicales que se posicionan rápidamente en aquellos que urgen de una guía.
Y por otro han reducido la concepción del hombre como ser.
Ante considerar el hombre un ente o sujeto, su dignidad queda trastocada y con ello la necesidad de trascendencia, vital para la construcción de una historia que se hereda.
El conocimiento acumulado de la humanidad al que no se le debe de renunciar ni reducir, si no estudiar y comprender, para hacer un futuro solido en el pasado y perfectible para el futuro.
Este relativismo en el que se no hace mas fácil acomodarnos, en lugar de la cultura del trabajo, el compromiso y de la lucha. Una cultura que bien el Papa Francisco ha llamado, la Cultura del Descarta, donde lo que no me sirve lo boto, lo que me incomoda lo elimino, lo que me asusta lo ignoro, lo que me cansa lo desecho.