Hablemos de sexo. Y no es precisamente para incrementar el tránsito de lectores de esta columna.
Sino para admitir que sí hay un debate en la agenda ciudadana a nivel global que cada día confronta a muchas personas, que interviene en procesos de política pública trascendentales y están cambiando las perspectivas incluso de los más conservadores, (como las últimas declaraciones del Papa Francisco), es el talón de Aquiles de nuestros temas tabú: la preferencia sexual.
Porque, obviamente si hablar de sexo es ya en sí mismo una proeza, no se diga en éste sentido.
Más allá del morbo o los prejuicios que puede provocar, es importante reconocer que una de las luchas icónicas por los derechos humanos deriva de la defensa de nuestra libertad para decidir qué somos y qué amamos.
No puedo resumirlo más que así porque sin ser experta, pero eso sí muy observadora, es lo que percibo cuando convivo con amigos, incluidos los que somos heterosexuales, que realmente disfrutan su preferencia sexual.
Algunos teóricos que han hecho estudios más allá de la mera convivencia, concuerdan que la comunidad LGBTTTi (por sus siglas: Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Travesti, Transgénico e Intersexual), así como lo ha hecho la comunidad de afroamericanos en Estados Unidos, por citar un ejemplo, está transformando las agendas públicas, pero además sentando las bases de lo que se conoce como “derechos emergentes”.
Estos nuevos derechos plantean los retos sociales, políticos y tecnológicos de la vida global contemporánea. Que al mismo tiempo, tampoco es casualidad, están siendo impulsados o defendidos desde las minorías, o algunos grupos vulnerables, al enfrentarse éstos a distintas formas de exclusión, discriminación o negación de acceso pleno a sus derechos fundamentales.
El tema de los derechos emergentes comencé a estudiarlo una vez que me tocó revisar un capítulo del libro “Compromiso Ciudadano”, en donde ciudadanos que durante años han defendido estos nuevos derechos escribieron desde su visión el movimiento que abanderan, ahí encontré el texto de Mariaurora Mota, quien es un referente y explica cuál es la incidencia en política pública que busca como grupo.
Independientemente de nuestras filias o fobias, en una democracia es importante escuchar diferentes ópticas científicas que nos ayuden a tener nuestro propio punto de vista.
El de los derechos humanos es vital porque la experiencia en diferentes países nos ha demostrado que esta comunidad es pieza clave en las transformaciones sociales. Como también, entender desde la psicología, la biología o la ética en qué consiste asumir una preferencia y cuáles son los impactos tanto personales, familiares, como sociales.
El mundo está cambiando y necesitamos insumos de información confiables para un criterio al respecto.
Por eso entiendo la indignación de la comunidad LGBTTTi por una conferencia que impartirá Richard A. Cohen, quien se asume como experto internacional en terapia reversiva, que fue gay y que dice curar la homosexualidad.
Si bien es cierto que la democracia nos da libertad para escuchar a todos, incluyendo a los charlatanes, también lo es que tenemos libertad para gestar argumentos contrarios. Más que hablar de si debería, o no, dar la conferencia, soy partidaria de reflexionar sobre si realmente nuestra sociedad regiomontana está preparada para el debate más que la defensa auténtica y entendible de cada una de las posturas, e independientemente de su visión o no religiosa.
Porque también tenemos que admitir que a veces, cuando hablamos de esto, no hace más que sonrojarnos y sacar el costal de prejuicios que nos hemos creado en todos estos años de no aceptación.
Apelo entonces, a que cada uno puede oír lo que quiera, pero para formarse de un criterio y versarse para tener una opinión, es escuchar la otra versión…
¿Qué tal si el Colegio Labastida invitara a Mariaurora Mota, o a Mario Rodríguez Platas, a hablar en sus instalaciones? ¿O a psicólogos mexicanos que tienen credenciales suficientes?, o bien, ¿abogados que nos expliquen esto de los derechos emergentes? El conocimiento nos hará libres, siempre y cuando no nos creamos el cuento de que unos u otros estamos enfermos.