Crece como la espuma nuestro hartazgo de la clase política tradicional. Nos quitamos la “camisa de fuerza” que nos pusieron durante tantos años para tomar la iniciativa.
México, que muchos años vivió en el rezago de la participación ciudadana, hoy tiene diversas organizaciones de la sociedad civil, activistas visibles, políticos que intentan, movilizaciones que pocos pueden frenar, emprendedores sociales que crean comunidades diferentes y un sinfín de actores que no habíamos visto antes.
No sólo eso. Que no es una “fortuna” porque muchos de ellos se han derivado de años de interés por esos protagonistas.
En este momento, vivimos momentos históricos como, por ejemplo, las reformas a los códigos civiles de los estados con respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo, o bien, las legislaciones sobre la participación ciudadana, entre otros menesteres.
Pero, a pesar de todo eso, parece que las cosas no cambian. No es por ser aguafiestas ni por opacar los logros.
El cinismo, la frivolidad, la deshonestidad abundan en una sociedad que no es capaz de dar saltos cuánticos que provoquen cambios de profundidad.
Es cuando nos damos cuenta que las leyes son insuficientes. Que aunque hagamos hasta lo imposible y aunque nos importe el marco legal, en este país no es secreto a voces que pocos serán los “ingenuos” que intentarán hacer el esfuerzo por aplicarla.
A veces las leyes, también, con estas modificaciones tan lentas o retrogradas o formadas por visiones de corto plazo, terminan siendo una limitante para la creatividad.
Más de una vez lo he comprobado con mis propios proyectos. Las leyes jamás irán a la par de una sociedad hambrienta de cerrar la brecha de su rezago.
Y, por otra parte, los actores que han asumido el rol de la corresponsabilidad no están en un “lecho de rosas” donde el poder sea el necesario para la transformación del sistema adolorido en el que estamos inmersos.
Aunque nos vendan lo contrario, todavía este grupo es pequeño, con muy pocas herramientas en recursos materiales o –volviendo al punto anterior- legales que les permita llegar más lejos y a la vez más rápido.
Sin contar que algunos están fracturados por rencillas de egos, lo cual dificulta lograr los objetivos colectivos de las causas.
Sin embargo, hay una tercera parte de la ecuación aún no tan explorada y ésta tiene que ver con cómo creamos cultura.
La cultura ciudadana traspasa las barreras reguladas por los marcos legales, por la moral individual, o incluso, por la misma participación ciudadana.
Asumirnos como parte de los problemas públicos sería, entonces, una piedra angular para que la perspectiva cambie.
No se trata aquí de quién hace leyes o novedosos proyectos o quién levanta la mano para hacer algo para la sobrevivencia del “barco” de país que se hunde.
Si no del real impacto que se extiende a quienes ni se dedican a esto ni están enterados y que no les importa.
Hay gente que se ríe cada vez que hablo de esos cambios culturales porque piensan en la cultura en función del arte y no como un todo, donde las costumbres, los hábitos, el lenguaje, la comida, todo, absolutamente todo importa, y no únicamente los temas políticos, económicos o sociales para cambiarnos.
Por eso, Antanas Mockus, que fue de quien aprendí la importancia de llevar de la mano Ley, moral y cultura para la transformación, no los separa.
Porque ser una ciudadanía y gobierno corresponsables como creadores de otro entorno no nacen. Se hacen.
Entonces, ya no hablaríamos de una participación formal o informal de la ciudadanía, sino de la creación de cultura ciudadana en donde todos tenemos cabida.