Dudar es válido. La primera vez que leí sobre la experiencia de transformación de Medellín, Colombia, fue hace tres años.
No recuerdo la fuente y tampoco fui a la conferencia que Sergio Fajardo, entonces alcalde de Medellín, había impartido en el Tec de Monterrey. Lo que puedo decir es que eso que leí me generó una gran pregunta: ¿cómo se pudo reducir la violencia y la delincuencia en una ciudad que no sólo estaba marcada por la desigualdad social, sino que fue la “casa” de Pablo Escobar?
Tiempo después, en esta búsqueda constante de nuevas ideas para la transformación de nuestra ciudad, conocí personalmente Sergio Fajardo.
En su forma de ser entendí que una de las claves que están íntimamente relacionadas con el cambio público es la formación de una ciudadanía crítica que esté dispuesta a dos cosas: la primera, a vigilar a sus políticos. Todavía ayer Sergio escribía un tuit afirmando que “la politiquería es la entrada a la corrupción, y ésta a su vez es una empresa criminal más difícil de combatir que las bacrim o la guerrilla”.
La segunda es atreverse a hacer política. Porque “la política es demasiado como para dejársela sólo a los políticos”.
De esto último se dieron cuenta él y otros ciudadanos en el hartazgo de vivir en una ciudad tomada por los corruptos, los delincuentes y los violentos.
Sergio y los aproximadamente 50 ciudadanos que se movilizaron para llegar a la alcaldía de Medellín, mediante la figura de las candidaturas ciudadanas, no estaban del todo equivocados.
Pensemos en otro de nuestros países que tiene casos de éxito desde la sociedad civil como Chile. No sólo nos dobla en organizaciones civiles, sino que además la mayoría de éstas tienen que ver con política.
Por años a los latinoamericanos nos ha generado miedo asumir el papel de auditores o el papel de políticos, argumentos tenemos de sobra, pero en la experiencia Medellín ambas posturas fueron determinantes para crear entornos que no sólo dignificaran la calidad de vida de “los de siempre”, sino de los más pobres.
“Lo más bello para los más humildes”, insistía el movimiento ciudadano y así surgió la serie de proyectos relacionados con infraestructura urbana de avanzada en las zonas menos visibles o más abandonadas. Ejemplos de esto los encontramos en el Centro Cultural Moravia, o el Parque Biblioteca España, por si gustas googlear.
Otra de las características fundamentales de esta experiencia me la enseñó mi otro maestro colombiano: Jorge Melguizo.
Él ha dejado claro que sin políticas públicas educativas y culturales que generen contenidos para la memoria, la reconciliación y el valor de la vida humana, la transformación de esta ciudad-laboratorio (como el mismo la llama) no hubiera sido posible. Estas políticas públicas no deben ser impuestas, sino resultado de un trabajo conjunto entre autoridades y ciudadanos.
Esta semana David Escobar y José Alonso, en su agenda de reuniones en Monterrey con diversos actores sociales, nos compartieron otros ingredientes que nos pueden estimular para generar estrategias propias. Los dos han enfatizado que otro de los grandes retos que tuvieron, y tienen todavía, es cómo generar relaciones de confianza entre los habitantes de una ciudad.
La respuesta reside en tres metas: Lograr la transparencia, rendición de cuentas y recaudación de impuestos, ambos coinciden que alcanzarlos es vital que sea visible para la sociedad en qué se gasta “cada peso” que es del presupuesto público, “que los contratos sean visibles. Nosotros lo hicimos utilizando Internet”, enfatiza David.
Jorge Melguizo cuestiona que si en Latinoamérica los delincuentes han podido tejer una red: “¿por qué nosotros no?”.
Conocer otras experiencias, no sólo en Colombia, sino en otras partes del mundo, incluso las que han sido erráticas, nos permitirá agudizar las propias capacidades sociales para seguir transformando nuestras realidades regiomontanas, por ello: “del miedo a la esperanza”.