Democratizar la medición de la calidad del aire
No soy la única que está con la alergia “a todo lo que da”. Cada vez hay más personas enfermas en la Zona Metropolitana de Monterrey. Lo peor es que no todos cuentan con servicios médicos. Esta crisis está fuera de control. Aunque varias personas llevamos años trabajando sobre cómo prevenirla, la realidad es que […]
Indira KempisNo soy la única que está con la alergia “a todo lo que da”. Cada vez hay más personas enfermas en la Zona Metropolitana de Monterrey. Lo peor es que no todos cuentan con servicios médicos.
Esta crisis está fuera de control. Aunque varias personas llevamos años trabajando sobre cómo prevenirla, la realidad es que nos rebasó ese futuro que se veía con los indicadores del pasado. A tal grado que la misma gente no sólo busca quién lo hizo, sino quién se lo pague. En el sentido de que estamos ante el escenario en donde no sabemos con exactitud cuáles son las fuentes contaminantes y a quiénes responsabilizar de las mismas.
Porque eso va más allá de las fotos de la “nata gris” que vemos a diario. Necesitamos datos científicos que lo demuestren, que pongan evidencia y que no sea nada más porque nos imaginamos o porque, aparentemente, lo vemos. Sobre todo, porque hay variables en las que ya ni siquiera se tiene control, como el cambio climático, por ejemplo.
Sin embargo, ¿cómo medir si eso le corresponde al Estado? ¿Cómo saber si los aparatos de medición son caros? La gran ventaja de nuestros tiempos es que la evolución tecnológica ha abaratado los costos de registrar las mediciones de calidad del aire y que, prácticamente, con algunos pesos -no muchos a comparación de antes- podríamos hacer la medición nosotros mismos.
Claro, es una medición básica que manda datos que se pueden consultar por medio de aplicaciones para teléfonos móviles, pero que al menos registran esos datos que nos ayudan a evaluar el mapa de contaminación que se configura a partir de las fuentes contaminantes.
Falta mucho para dar el salto, pero democratizar la medición (como bien le llama el urbanista Gabriel Todd) es la forma en que podríamos, mediante la participación de la ciudadanía, alimentar datos precisos que nos permitan mapear para comparar y evaluar en dónde estamos parados.
Sin esa evidencia científica está “en chino” colocar estrategias. Este es un problema público que lo que menos necesita es andar a ciegas. Por lo mismo, por ejemplo, algunas personas ya están haciendo el esfuerzo de tener aparatos medidores. Es lo mínimo que quizá podemos hacer para tener datos, darles seguimiento, analizarlos y tomar acciones específicas que estén al alcance de cualquier persona, y claro, empujar a que las diversas instituciones correspondientes hagan lo que les toca.
Respirar aire limpio es un derecho y hoy la deuda pendiente es tener información confiable. Usar a las nuevas tecnologías como “brújula” sería otra manera de tener alternativas de transformar lo que necesitamos con urgencia.