Desde afuera y desde adentro
Las preguntas en mi visita a Medellín, Colombia, no son sobre otra cosa que no sea la situación del país.
No es la primera vez que siendo extranjera, en éste y otros países, se repite la misma escena: mi angustia de no saber qué decir, mi sonrisa tímida porque por dentro sé que no todo es narcotráfico ni violencia, pero nadie quiere cambiar el tema y mi preocupación de no saber exactamente qué estamos haciendo para llegar a un sinsentido de país. Es más, hasta mis deseos más profundos de no regresar.
Indira KempisLas preguntas en mi visita a Medellín, Colombia, no son sobre otra cosa que no sea la situación del país.
No es la primera vez que siendo extranjera, en éste y otros países, se repite la misma escena: mi angustia de no saber qué decir, mi sonrisa tímida porque por dentro sé que no todo es narcotráfico ni violencia, pero nadie quiere cambiar el tema y mi preocupación de no saber exactamente qué estamos haciendo para llegar a un sinsentido de país. Es más, hasta mis deseos más profundos de no regresar.
No voy a echar culpas, me he prometido eso desde hace tiempo.
Asumir la responsabilidad propia o la corresponsabilidad con los demás, sin embargo, es también una faena muy grande. A veces hasta rutinaria y fastidiosa.
Pero quienes la hemos asumido sabemos que en el fondo, más que cambiar lo que no podemos cambiar, abrimos la puerta a procesos de resiliencia que siempre han estado ahí para nuestra sobrevivencia, pero que se hacen invisibles ante la coartada de un México en la “crisis eterna”, por no decir menos.
No somos los únicos. Colombia, como muchos de nuestros países latinoamericanos, cortados por una misma tijera que tiene varios nombres (corrupción, impunidad, paternalismo y un largo etcétera), sigue teniendo entre sus retos la pacificación de los territorios lastimados por un crimen organizado que es más voraz y una clase política que tampoco conoce el rumbo –o mejor dicho, que lo perdió desde hace mucho tiempo y es lamentablemente irreversible- ¿ponemos un peor escenario?
Una ciudadanía llevada por la costumbre que no es que sea “mala”, “apática”, “cómplice” o demás adjetivos de la doble moral. Sino que se ha adaptado a “bailar al ritmo que le toquen”.
Y, los latinoamericanos nos hemos vuelto expertos en que la “música” no sea la más amable.
Me siento a tomar un café con mi amigo Sebastián Restrepo, quien es un funcionario público en la Gobernación de Antioquia (no sobra decir que ambos somos generación millennials). ¿Qué aprendo de él? A desnudar los conflictos.
A entender que en esta crisis de lo público lo que necesitamos es valentía.
Porque para crear otro entorno habría que entender que hay que sentirlo de cerca. Habría que crear procesos de autoaprendizaje porque nadie nos entregó un manual para enfrentar la incertidumbre a la que no se enfrentaron los anteriores.
Ahí precisamente la valentía de mirarnos al espejo para entender qué estamos haciendo, o por qué lo estamos haciendo.
Las grandes reflexiones también salen a relucir en mi conferencia ante líderes comunitarios y funcionarios públicos en la Semana de la Convivencia organizada por la Secretaría de Gobierno de la Alcaldía.
En el cómo hacerle frente a estos problemas con la moral, la ética y la Ley.
En el cómo tomar nuestras fortalezas como punto de partida, para no depender, para que sea sustentable, para que le encontremos un sentido de futuro a todos los esfuerzos que se hacen desde diferentes frentes para lograr la paz en América Latina.
Sebastián y yo coincidimos que no somos los únicos. Los suizos, los suecos, los españoles. El mundo globalizado que pensamos nos acercaría a otra manera de vivir, hoy sólo sirve como pantalla en donde ya no sabemos si reír o llorar frente a los graves y grandes problemas que no son únicos de una ciudad, un país o hasta un continente.
A pesar de eso, todas las personas con las que me he reunido en este viaje tienen la capacidad de encontrar los motivos para no desistir en la gran tarea de asumir, desde adentro y desde afuera, esa corresponsabilidad. No. Me equivoqué al escribir esa línea. En realidad, hacen los motivos, porque en esta América Latina para levantarse todos los días a cambiar las realidades, a sembrar la esperanza, a incidir y provocar la ruptura de los paradigmas más arraigados, hay que hacer los motivos desde afuera y desde adentro.