Han sido días de hacer y deshacer maletas con la misma facilidad con la que entramos y salimos de nuestras reuniones.
En la agenda diaria hemos visitado centros de investigación, agencias del orden público y organizaciones de la sociedad civil.
Desde este lado de la frontera hay una segunda versión del tráfico de drogas, de armas y de gente…
Y sé lo que está pensando: “ellos los consumidores, nosotros el traspatio”, “nosotros los corruptos, ellos los violentos”. Ponga el orden como quiera y adjudique a cualquiera de los dos países esas premisas porque la exclusividad se acabó.
Los políticos corruptos, la violencia desmedida, el abuso de las drogas legales e ilegales, los humanos-mercancía, las redes de complicidades entre las autoridades y los delincuentes, el lavado de dinero, eso y más son los dolores de cabeza diarios en la frontera, la del norte y la del sur también.
Mientras escribo este artículo habrá millones de dólares depositados en un banco, hombres y mujeres encerrados en tráileres, pepas de droga al interior de los cuerpos de niños y jóvenes, mujeres que son esclavas sexuales, agentes americanos y policías mexicanos que se corrompen, empresarios involucrados en el crimen organizado.
A eso, súmele la crisis económica que está colapsando al sistema capitalista…
Si algo he aprendido en este viaje es que la frontera entre el sueño y la pesadilla desapareció. Que no lo queramos ver, eso es distinto.
Las sociedades han cambiado, los delitos han “mutado”, por lo tanto, no podemos seguir enfrascados en las mismas soluciones añejas si es que queremos realmente crear entornos seguros (enfatizo el “realmente” porque esto de la “seguridad” como tema público para algunos de moda también se ha convertido en su mina de oro).
Por eso el gran reto de los países de América Latina y el Caribe en su vecindad con Estados Unidos será la colaboración entre quienes tienen un interés genuino en la solución de los problemas que compartimos.
Si bien es cierto que podemos ser estrictamente críticos con el país vecino del norte por sus abusos a lo largo de la historia, también debemos reconocer que la imaginación no nos alcanza para resolver lo que por intereses mezquinos, más otros múltiples factores, están socavando la calidad de vida de los habitantes de estos países.
A pesar de esto, hay grandes esfuerzos dignos de mencionarse que están obteniendo resultados al encontrar otros caminos. Le dejo de tarea googlearlos: Homeboy Industries, Delancey Street Foundation, National Crime Prevention Council, Drug Policy Alliance y Blue Campaing del Departamento de Seguridad Nacional.
Seguramente, para que algunas de esas nuevas visiones sobre la seguridad se conviertan en políticas públicas pasará mucho tiempo, tanto en un país, como en el otro.
Para que se acepte que somos corresponsables de este baño de sangre, donde como en el juego de la pirinola “ponemos todos”, pasarán décadas.
Pero son pasos que serán la base para transformar las realidades en una labor humanitaria global y en una gran oportunidad en la historia para cambiarla.
Por eso, también estar del otro lado ha significado las mejores anécdotas para la reflexión personal.
La del niño y su madre conversando en la cárcel, la del rencuentro con mis queridos amigos de la infancia que sobrevivieron a la travesía del desierto, la del artesano que me regaló una flor de manera espontánea justo aquí donde todo cuesta, la de presos que hacen labores de rehabilitación con otros presos, la de los visionarios que establecieron redes de ayuda comunitaria hace años, la de mi convivencia diaria con un policía colombiano…
¿Qué se siente estar del otro lado?
Que todavía podemos encontrar esperanza en la humanidad y ésta tampoco conoce fronteras.
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