La traición a los ideales, el sistema que “traga”, la necesidad, el ego, llámele como sea, pero nuestra historia de movilización social también se cuenta por el número de veces que creímos ciegamente –quizá ahí el error- en el liderazgo de una persona.
Que cuando por alguna de esas razones se rompió la burbuja terminamos literalmente odiándolo.
La desconfianza no sólo es sobre nuestra clase política, también por los activistas.
No escribo sin experiencia detrás. La primera vez que me llamaron activista me dio terror. Lo escribo sin comillas porque fue así.
La chica que quería estudiar el doctorado en Inglaterra se sentía abrumada por esos prejuicios ¿cómo explicar que soy algo más que una pancarta?, ¿cómo conciliar que defender y protestar son derechos y no una ofensiva personal para alguien?
No fue ni una decisión fácil y menos una sin retorno… “Ya no hay marcha atrás”, me dijo mi amigo Bernardo González-Aréchiga.
Entre encuentros y desencuentros con el activismo he entendido que no nos hace daño desnudarlo, incluso como ejercicio de autocrítica.
Esto en un contexto general que primero hay que plantear para entendernos: el mundo dejó de ser como algunos lo conocieron.
De hecho, hay sociólogos como Zigmunt Bauman o Alain Touraine que han hecho reflexiones.
Dejamos de ser una sociedad “sólida” para ser “líquida”: la incertidumbre financiera, el sistema capitalista en decadencia, la era de la información, la ruptura de la estructura familiar…
En unas sociedades más que en otras, pero de que estamos parados en un tránsito en una nueva deconstrucción y construcción de la civilización, no hay duda.
Mientras antes se hablaba, por citar el caso, de las movilizaciones gigantes que seguían al líder único, hoy se analizan a los micromovimientos de una suma de liderazgos individuales
Entonces en lo general y sobre la experiencia, aclarar tres puntos:
No confundir lo público con la política. Aunque aparentemente no tienen una línea divisoria, sí la tienen.
Lo público es lo que es común. Entonces, el dinero público que se le entrega en forma de apoyos a organizaciones de la sociedad civil, asesores, investigaciones, son de lo público.
Por ejemplo, personalmente he dejado de expresar la frase típica “el gobierno de fulano de tal”, para sustituirla por “nuestro gobierno”.
Lo público no es del político en turno, está a cargo de la autoridad en turno, mejor dicho, y es nuestro.
Aunque el maniqueísmo y el deporte mexicano por excelencia de los “buenos activistas y los malos políticos” realmente existen, ser parte activa de lo público no debe implicar ni ser perfecto ni tener exclusividad de las causas, ni asumir que si eres activista entonces no puedes fungir otro papel en la sociedad.
En este andar he conocido a personas con retos para hacer lo correcto. No a buenos ni malos, sean políticos o activistas.
Como en cualquier parte, hay quienes trabajan arduamente y los que sólo protestan, ambas son válidas si es que creemos en la democracia.
Sólo que se agradece cuando a los que realmente trabajan los dejan hacer su trabajo desde sus perfiles profesionales. Porque, incluso a veces “la guerra sucia” la hacen los mismos activistas.
Lo anterior para admitir que, aunque no coincido con el activista Cosijopi Montero, habría que separar el trabajo de la organización de la sociedad civil a la que pertenece (Reforestación Extrema, a la cual se le imputa “negociar” la protesta de éste por contratos) de sus expresiones personales.
Considero que a la organización deberían darle más contratos para que el dinero de lo público y el de lo privado se invierta en su objetivo legal: sembrar los árboles que tanta falta nos hace en la ciudad. Lo de él ya es harina de otro costal.
Hay que desnudar al activismo no para emitir que sea bueno ni malo, simplemente, que hoy nos coloca a la par de un mundo cambiante y al que queremos cambiar rompiendo nuestros propios paradigmas.