El lunes pasado comenzaron los eventos de “El Mes de la Ciudad”.
Sentados frente al debate de la planeación urbana, algunos de sus protagonistas más importantes en Monterrey y Medellín.
Algunos enfocan la atención a la creatividad como a las ideas, otros más en las capacidades presupuestales de los gobiernos y de la iniciativa privada, también enfatizan sobre la importancia de la colaboración, la participación, e incluso, la actitud ante la transformación de la ciudad.
Pero hay algo que no menciona ninguno. Y es esa confrontación que parece permanente hacia el cambio de una ciudad intangible que se ha gestado así misma sin necesidad de que, ni funcionarios, ni empresarios, ni activistas, ni nadie, esté presente.
Tan sólo veamos las comunidades salidas del urbanismo informal que habitan los cerros, las cañadas, las orillas de los ríos.
O pensemos también en los ciclistas urbanos que no pertenecen a ningún grupo, organización o colectivo, y entre sus argumentos jamás se encontrará un sólo reclamo a los gobiernos por sus espacios, ni tampoco objetará por su contribución al medio ambiente. Estará entre los traslados invisibles a los empleos, porque no les alcanza para dejar “la raya” en un transporte público que es muy caro.
Mientras unos aclaman falta de espacios públicos y mientras tanto las comunidades migrantes e indígenas se pasean hasta atiborrar los pocos que tenemos.
La Alameda, entonces, cada domingo se convierte en la recepción de diferentes lenguas y acentos de toda la República, e incluso, de nuestros países sudamericanos.
Los niños bailan al ritmo de la única fuente “danzante” que existe en la ciudad.
Mientras que algunos se obsesionan con las fotografías del primer mundo para supuestamente exportar “modelos” que poco o nada tienen que ver con la realidad, nuestra otra ciudad camina tranquila en una realidad que podría llamarse la “vida urbana paralela”.
Entonces, cuando uno de mis profesores me invita a explicar cómo le hemos hecho para gestionar el proyecto de regeneración de nuestro querido Barrio Antiguo, me acuerdo de esto… En realidad, crear otra forma de hacer, planear, diseñar la ciudad requiere de un sólo acto valiente para empezar: desnudar la ciudad.
Esto quiere decir hacer visible lo que no es y que al mismo tiempo es generador de la evidencia en la lógica común de que crear procesos de resiliencia, no es empezar por la importación de modelos, sino en empezar nuestra propia forma de percibir esa ciudad al desnudo.
Las ciudades en América Latina son una red compleja de insatisfacciones generadas por multicausas. Por lo mismo, desde diversos ámbitos es importante hacer visible lo invisible.
Materializar lo que podemos y lo que no.
Navegar contra corriente cuando es necesario, pero no pensar que hemos descubierto el “hilo negro”, porque eso es un absurdo contra la creatividad de ciudades sobrevivientes a sus propios rezagos.
Esa ciudad que como bien cita David Harvey: “Esas ciudades rebeldes que mediante la revolución urbana están defendiendo su derecho a la ciudad. El cual en sí mismo no es producto de una tendencia, de lo que está ‘cool’ o ‘in’ en el mundo”, este autor incluso menciona que ni siquiera es origen de las “modas o fascinaciones intelectuales”, sino más bien es una expresión pura de lo que está sucediendo en las calles, en los barrios, “como un grito de socorro de gente oprimida en tiempos desesperados”.
Habría, entonces, que desnudar la ciudad para saber cómo le vamos a hacer el amor.