Jonathan aterriza de esta manera en el equipo más odiado por los partidarios del cuadro cementero que fue donde se encumbró

Devaluación del amor a la camiseta

Devaluación del amor a la camiseta o crónica de un concepto en desuso. Rodríguez no le echó mucha ‘Cabecita’ al asunto y se ufanó en anunciar en redes sociales que los fans americanistas pueden estar tranquilos, porque ya llegó a ayudarlos. Jonathan aterriza de esta manera en el equipo más odiado por los partidarios del […]

Devaluación del amor a la camiseta o crónica de un concepto en desuso.

Rodríguez no le echó mucha ‘Cabecita’ al asunto y se ufanó en anunciar en redes sociales que los fans americanistas pueden estar tranquilos, porque ya llegó a ayudarlos. Jonathan aterriza de esta manera en el equipo más odiado por los partidarios del cuadro en el que se encumbró. Las mentadas cruzazulinas no cesan.

Hablar del amor a la camiseta es remontarse a una idea surgida en la era del romance, cuando el futbol comenzaba a ser profesional y los jugadores debían efectuar otras cosas para armar el combo y poder sobrevivir.

A principios del Siglo XX comenzó en México el balompié por amor al arte, porque sus ejecutantes eran primero amantes de la actividad física que encontraron en esta actividad un divertido modo de ser felices. El ingreso de figuras extranjeras que pararon en México por circunstancias obligadas de tipo político, casi siempre con propósitos de refugio, comenzó a profesionalizar este deporte.

Los cambios de equipo no eran entonces bien vistos, pero eran recurrentes. ¿Cómo era posible ver en bandos contrarios al crack de la ciudad?

CUANDO SE PIERDE LA ‘CABECITA’

En la actualidad, es muy difícil tener arraigo en una entidad deportiva. La dinámica comercial y los intereses crecientes en un mercado como el deporte considerado nacional, como es el futbol, complica más que una figura permanezca mucho tiempo o haga huesos viejos en el equipo de sus amores.

Antaño parecía no tan complicado, pero tampoco se daba tan seguido. Casos como el de Cristóbal Ortega en el América de los años 70 y 80, o el de Alex Aguinaga en el Necaxa de los 90 y principios de siglo que transpiraron solo una camiseta son únicos. Por lo regular, los consagrados de un equipo no permanecen y deben cumplir la cuota de pasar por otros clubes antes de que en el menos peor de los casos puedan retirarse en la escuadra que más amaron y en la cual fueron más amados. Es más, el asunto se torna ‘romanticoide’, cuando los fans o informadores desean un happy end que también se da de manera escasa.

Jonathan Javier Rodríguez Portillo está de moda. El delantero uruguayo llegó al Cruz Azul en 2019 y en poco tiempo se ganó a los fans celestes, sobre todo porque en el Guardianes 2021 La Máquina obtuvo la corona de Liga tan anhelada después de 22 años de no conseguirla, bajo las riendas de otro ex cruzazulino de prosapia ahora convertido en director técnico, el peruano Juan Reynoso.

No llegó en frío. Tras un paso en el Santos Laguna, y antes en el Benfica de Portugal, con el que también fue campeón de Liga en 2015, hizo su propia historia con el Cruz Azul, donde además fue monarca goleador del Guardianes 2020 y ganador de tres balones de oro y después se fue al equipo Al Nassr de Arabia donde estuvo medio año con una actuación discreta.

El América hizo oficial su llegada para el Apertura 2022, y ‘Cabecita’ presumió a sus nuevos colores: “Tranquilos, azulcremas, que ya soy Águila”, exclamó el jugador de 28 años de edad, lo que enardeció las redes.

Al ser cuestionado por los periodistas, el actual presidente cruzazulino Víctor Manuel Velázquez, aseguró que le ofreció a Rodríguez regresar  La Noria, pero que el charrúa declinó aceptando la tentación de ir al América.

AMORES PERROS

La historia de traspasos a fuerza entre uno y otro club de las máximas lides del futbol mexicano radica a finales de los años 60. Enrique Borja era un chamaco impresionante que se dio a conocer en los Pumas de la UNAM. Su facilidad para hacer goles era única. Los hacía de todos los colores y sabores con solo chocar su humanidad con la pelota, fuera que se apareciera en su viaje o simplemente suspirara sobre ella. Era un idilio inexplicable porque ambos se recurrían en los momentos más insospechados y el encuentro siempre acababa bien.

El narrador icónico de la época, Ángel Fernández, le puso el Gran Cyrano –por el héroe del drama romántico de Edmond Rostand– inspirado por el perfil tan peculiar de su rostro. Y sí, de manera curiosa, el hombre que era capaz de meter goles de taco, cachete, trompa y nalguita, llegó a convertirlos con la nariz, el mejor y mayor apéndice de una de sus armas letales, la cabeza.

Borja es considerado uno de los últimos ídolos del futbol azteca, sí, un espécímen de esa raza auténtica que nace con el don. Un ídolo no solo es una persona venerada por ciertos atributos y potencial que posee. Además de sus cualidades físicas y destreza que lo llevaron a ser admirado tienen una cualidad que los hace diferentes: el carisma. Las masas de fans pagan un boleto por ver a un ídolo deportivo, independientemente de dónde juegue, participe en el propio equipo o en el adversario. Lo van a ver propios y extraños.

Luego de hacer una mancuerna de fábula con uno de los mejores extremos mexicanos de todos los tiempos, Aarón ‘Gansito’ Padilla, quien desbordaba con alegría para enviar los centros a remate de Borja que los firmaba invariablemente como goles, se realizó uno de los traspasos más controvertidos.

El 27 de marzo de 1969 la carta de Enrique fue vendida al América. Hubo algo que haría la diferencia entre esta y otras transacciones del futuro, el jugador no estaba de acuerdo y así lo manifestó.

“No soy un costal de papas”, manifestó Borja, enfadado porque no le preguntaron su parecer, y las declaraciones resonaron en todos los diarios del país en una época en la que las redes sociales eran impensables.

La operación estuvo a punto de anularse, pero de forma institucional la Comisión de Futbol de la Universidad declaró en rueda de prensa que el futbolista no entraba en planes.

Al final, Borja se arregló con el América tras aclarar que su enojo era con la forma de ser transferido, no contra su nuevo equipo, el segundo y último de su carrera, con el que al final hizo historia al ser uno de sus goleadores históricos, tres veces campeón romperredes, se convirtió en figura estelar –apoyado en su productiva sociedad con Carlos Reinoso– y hasta cómic tenía, Aventuras de Borjita, el que se agotaba cada semana en los puesto de periódicos.

Sin embargo, hay quien atribuye el odio encarnado entre Pumas y América al polémico traspaso.

Ya a finales de los 90 sucedió otro caso similar, cuando el volante nayarita Ramón Ramírez fue transferido de Chivas al archirrival América.

“Nunca me preguntaron si quería”, expuso el primer día que tuvo que presentarse en las instalaciones de Coapa.

¿Más antecedentes? En los torneos cortos del año futbolístico 1997-98 el último de los ídolos americanistas hasta el momento, Cuauhtémoc Blanco, se enteró que debía desembarcar en el equipo que entonces  también era propiedad de Televisa, además de las Águilas, los Rayos del Necaxa.

Llegó molesto, aunque le explicaron que el cambio era provisional y que era necesario para la empresa que le pagaba cambiarlo de departamento para ayudar a la causa rojiblanca por así convenir a los intereses de la casa –habrá que recordar que era el equipo que dirigido por Manuel Lapuente y luego por Raúl Arias dominó la década– para después ser retornado a Coapa. Lo insólito es que dicho cambio sucedió en la época en que el ‘Temo’ comenzaba su esplendor como azulcrema.

Por cierto, como que el América es muy mencionado en las referencias de estos tópicos. ¿Será por su amorosa como efectiva gestión del odio?

MERCANTILIZACIÓN DE LA PASIÓN

Sucede a menudo en Europa, más de lo que las líneas conservadoras quisieran. Sin embargo, a los sobrevivientes de saltar a una u otra entidad archienemiga les va como en feria. ¿Quién no recuerda al portugués Luis Figo, quien fue adorado como astro del Barcelona y jugó en el Real Madrid donde también fue ovacionado, pero con la etiqueta de traidor que nunca pudo quitarse.

Es verdad que un bonito riesgo de ser profesional cotizado en cualquier ámbito es quedar bajo el mejor postor que pueda contribuir al desarrollo del mismo con mejores condiciones económicas en salario y prestaciones. Empero, en el deporte hay valores delicados que suelen resultar muy caros para quien los desafía.

El sentido de pertenencia es una característica primordial. Si se está dispuesto a pagar la osadía de ir al bando rival, pues hay que pagar la cuota.

Lo que sí puede cuestionarse es el cinismo y las formas que tienen algunos para mofarse o desdeñar a los escudos que algún día se defendieron. Es de manera invariable una transgresión ética aquí y en China.

Hoy en día es muy fácil caer en el extremo de asumir a la pasión como mercancía o el sobajar los sentimientos deportivos al cínico grado de manifestar que no existen. ¡Vaya mentira tan absurda! ¿O no, mi estimado fan?

El amor a la camiseta no desaparecerá nunca porque los primeros que lo demuestran son los propios seguidores. El desuso de este gran concepto, lamentablemente, está en muchos protagonistas de la cancha.

Ya en una ocasión, la brillante reportera de economía y mundo empresarial Nayeli Meza Orozco, ex integrante del equipo de Reporte Índigo, entrevistó en 2014 a quien esto escribe para el portal de Forbes México sobre los valores que debe aplicar todo líder teniendo como símil al deporte y en especial al futbol. El amor a la camiseta es algo que debe ser inspirado desde la cúpula.

Los fans no son tontos ni se les debe menospreciar, aunque haya terquedad en muchos por entenderlo.

En el deporte y en el resto de la vida, las formas son fondo. Vaya que cuentan… y cuestan. #QueConste

Fuentes externas: Notas del autor en ESPN; Columnas del autor en Forbes.com.mx, el Heraldo de México y Fan Datos de CID Consultoría

Héctor Quispe es un periodista que analiza sobre negocios y deporte con más de 30 años de experiencia, así como profesor universitario en estas materias.

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