Dónde más nos duele: Autos
Una amiga regiomontana no dudó en decirlo abiertamente: Monterrey es una pista de “hot wheels” (la empresa que distribuye carros de juguete).
Su imaginario me causó risa por días contando estacionamientos, vialidades, parquímetros que hay por dónde estoy.
Se me convirtió en obsesión ver los “carritos”, amontonados por hileras que en el tráfico en una toma área hasta parecerían poéticas.
Pero nada de romanticismo se encuentra en una realidad lacerante para la ciudad que está cada día más colapsada en sus arterias viales.
Indira KempisUna amiga regiomontana no dudó en decirlo abiertamente: Monterrey es una pista de “hot wheels” (la empresa que distribuye carros de juguete).
Su imaginario me causó risa por días contando estacionamientos, vialidades, parquímetros que hay por dónde estoy.
Se me convirtió en obsesión ver los “carritos”, amontonados por hileras que en el tráfico en una toma área hasta parecerían poéticas.
Pero nada de romanticismo se encuentra en una realidad lacerante para la ciudad que está cada día más colapsada en sus arterias viales.
“Por eso huimos de la Ciudad de México”, varios afirman.
Sin embargo, ¿a qué otra urbe mexicana se puede escapar cuando hasta en las más pequeñas se presenta este colapso?.
El peor escenario poco tiene que ver con la movilidad —que, por supuesto, no le quita su importancia—, sino sobre la calidad de vida que representa el tener no exceso de autos, sino exceso de uso del automóvil.
Esto ha impactado significativamente en la salud pública de nuestra ciudad.
No está demás repetirlo aunque caiga “mal” la noticia: somos la ciudad más contaminada del país.
¿Que no es nuevo? No, no lo es. Pero, precisamente, porque no se ha atendido como se debe es porque esto sigue siendo una información importante para considerar qué estamos haciendo para que no se incremente un arma invisible que sí tiene capacidad para matar: la calidad del aire.
En esto poco se piensa a la hora de deliberar costos, impuestos, tarifas que incrementen el dinero que gastamos por tener un auto.
Algunos, apelando a los problemas “actuales”, apelan a que no se puede afectar más a los bolsillos de la clase media, media-alta y alta que disfrutan de los beneficios de poder gastar en un auto. Sin embargo, no se está tomando en cuenta en ese individualismo que nos ha enseñado el capitalismo a entender que hay costos comunes que pocos están pagando. Y que estos no están relacionados con los “bolsillos” del dueño de un auto, sino de todos los habitantes –sin distinción- de una ciudad.
Entiendo, por el contexto en el que vivimos en Monterrey, que sea escandaloso o polémico tocar lo que le damos en subsidios, apoyos, financiamiento a los autos.
Que más nos valdría no hacerlo, porque es un tema delicado en donde la mayoría va a objetar presupuestos familiares que no alcanzan, servicios de transporte deficiente o promesas de campaña incumplidas.
Problemas que no debemos negar porque, por supuesto, que son una realidad.
Pero lo difícil es darse cuenta que los argumentos científicos y de planeación del futuro del territorio poca mella hacen sobre las decisiones públicas que se han de tomar para disminuir el uso excesivo del auto que impacta negativamente en la calidad del aire, generar alternativas diferentes de movilidad y planear la urbe hacia la escala humana que, además, en varios países están demostrando que son pieza clave del desarrollo y competitividad de las ciudades.
Porque, es en serio, si no lo pagamos nosotros, ¿entonces, quién?
O la peor pregunta: ¿hoy, supuestamente que le ahorramos al mañana, sólo dinero?
La sobrevivencia está generando cambios inevitables pero que la cultura urbana de Monterrey poco quiere aceptar.
Mientras que en otras partes del mundo incluso están cambiando a sus propios autos para contaminar menos, aquí nos enfadamos porque nos incrementen los costos de usarlo.
No, algo no estamos debatiendo a juicio de un futuro que nos está alcanzando y que se traduce no en dinero para “ahorrar”, sino en salud medioambiental que sí garantiza nuestra calidad de vida. Porque lo que es absurdo es que el “codo” no nos duela en la vida humana, sino en los autos.
Porque en esta ciudad “hot wheels” pareciera que es lo único que más duele.