Cuenta la leyenda que existió un hombre que era de gran corazón, pero vivía fuera de la Ley. Escondido en el bosque, luchaba contra quienes oprimían a los pobres.
Diestro arquero, utilizaba incluso a la fuerza pública para robar ilegítimamente las riquezas de los nobles.
El propósito: entregarlas a los pobres. Se llamaba Joaquín “El Chapo” Guzmán, ¿Robin Hood? No, ése era inglés.
¿Por qué escribo esto? Porque desde su captura hasta su fuga, así como han existido las voces que reclaman justicia o rendición de cuentas por parte de las autoridades, también tenemos a la otra “cara de la moneda”.
Que quizá no se quiera aceptar o reconocer abiertamente, pero de la cual tenemos que desnudar para comprender cómo es que el narcotráfico ya no es sólo un delito federal en el imaginario de los ciudadanos, sino que a estas alturas se ha convertido en una de las piezas fundamentales para la cultura mexicana.
“El Chapo Guzmán” ha generado polémicas interesantes. ¿Te acuerdas de aquella lista en donde lo mencionaban como uno de los hombres más ricos del mundo?, ¿o la carta que le escribió la actriz Kate del Castillo aseverando que creía más en él que en el gobierno?
¿Qué podríamos decir de las marchas que se realizaron en su natal Sinaloa para pedir por su “pronto regreso” una vez que había sido encarcelado?
Se presume que ante la desconfianza y la incredulidad que vivimos, la línea entre la delincuencia organizada que es visible y la delincuencia gubernamental invisible, estamos creando una cultura en donde se tolera a unos o a otros, siempre y cuando nos convenga, nos beneficie, o hagan algo por nosotros.
No es novedad esas historias que nos contaron nuestros abuelos de cómo los narcotraficantes construyeron su “prestigio social” a partir de ganar territorio con actos de buena voluntad.
No con actos de terror como ahora los conocemos, sino haciendo lo que otros dejaron de hacer o se ausentaron en el proceso: ayudar a construir el parque, mantener las carreteras, alimentar a los más desfavorecidos, hacer la Iglesia del pueblo. En pocas palabras: canjear favores con favores. “El Chapo” es de ese tiempo.
Y, eso más que ser rechazado por una sociedad que vive desesperanzada en la desigualdad, ha sido una oferta seductoramente atractiva para volverse cómplice o amigo o ese “algo” que ni siquiera podríamos describir con exactitud.
Pero en México, pareciera que quien demuestra la inutilidad o debilidad del Estado se convierte en héroe.
Y, si éste “héroe” es también un símbolo de rebeldía, entonces se convierte en “estandarte” de las más arraigadas rebeldías.
No, no nos gusta. Es más, a algunos les asusta que esto esté sucediendo porque sería justificar una derrota ante lo que no hemos podido vencer de raíz: la corrupción, la impunidad, la desigualdad y la falta de ética.
Pero, al mismo tiempo, esto es una clara señal de que una nueva cultura se está gestando, ganándole terreno a la formalidad, la legalidad o el famoso Estado de Derecho. Lo que sin querer, para algunas personas, se convierte en la única puerta para salir de la adversidad que representa la inequidad.
Y en esa vida aspiracional en el que los narcos también nos han “vendido” como si fuera sacada de una película hollywodense en donde no hay quién los castigue, quién los atrape, quién les haga nada. Así, la seducción cultural incrementa tanto o igual como las justificaciones.
Dudé de escribir esto porque no debería, pero no. Lo hago porque estoy sorprendida de las reacciones que he encontrado conforme conocemos la noticia de la fuga de uno de los que son los hombres más buscados del mundo.
Y no, no muchos estaban exigiendo que lo buscaran o que lo regresaran a la cárcel. Hay quienes incluso, alabaron su salida, rezaron por su bienestar y más bien lo que reclamaron fue el mal tiempo del presidente para justo en este momento estar en Francia.
“El Chapo”, sin duda, es la leyenda de muchas interrogantes sin respuesta. Es parte de esta nueva cultura mexicana, la que por simpatía, rebeldía o conveniencia, lo cuida, lo procura, lo admira. “El Chapo Hood” del tiempo del México de la desconfianza. Nos guste o no.