El gobierno que nos merecemos
El frenesí de la noche del domingo pasado llegó a su cúspide con una frase que, como “cereza del pastel”, hizo eco: “Ruego porque podamos encontrar y construir el gobierno que nos meremos”, decía con énfasis el galardonado Alejandro González Iñárritu.
Y, tal parece, que en México se nos bajó la emoción patriotera, esa que da cuando un mexicano que en “autoexilio” triunfa en el extranjero, para coincidir en que si alguien lo ruega es porque no lo tenemos.
Pero, ¿qué tipo de gobierno es el que merecemos? Esta pregunta no está resuelta.
Indira KempisEl frenesí de la noche del domingo pasado llegó a su cúspide con una frase que, como “cereza del pastel”, hizo eco: “Ruego porque podamos encontrar y construir el gobierno que nos meremos”, decía con énfasis el galardonado Alejandro González Iñárritu.
Y, tal parece, que en México se nos bajó la emoción patriotera, esa que da cuando un mexicano que en “autoexilio” triunfa en el extranjero, para coincidir en que si alguien lo ruega es porque no lo tenemos.
Pero, ¿qué tipo de gobierno es el que merecemos? Esta pregunta no está resuelta.
Por una parte, sabemos que por Ley los gobiernos no están sujetos a ninguna condicionante de moral. Es decir, suponiendo que los gobernados fuéramos personas malas, los gobiernos no tendrían que ser ineficientes o corruptos, por citar un ejemplo.
Sin embargo, quienes nos gobiernan –nótese que no es el aparato institucional, sino las personas que hacen que los gobiernos funcionen-, no están supeditados sólo a lo que la Ley los obliga, sino a la moral y la cultura, tal como dice Antanas Mockus.
Entonces, por lo tanto, los gobiernos no son ajenos a tal moral y cultura determinada por su sociedad.
Es precisamente por eso que muchos justifican la impunidad y la corrupción
El “qué tanto es tantito”, “el que no tranza no avanza”, “para qué lo hago yo si los demás no hacen nada”, “para qué denuncio si los delincuentes son ellos mismos”, es el “pan nuestro de cada día” de la cultura cívica que impera en nuestro país.
Muestra de eso es que en lugar de asumir una corresponsabilidad por estar parados en este conflicto que nos divide entre el país que tenemos y el país que queremos, comentarios iban y venían de echarle la culpa al presidente de todos los males, hasta los que se defendieron a contragolpe de tales acusaciones implícitas.
Pero, para el lamentar del deporte nacional mexicano de hacernos víctimas, esa frase no fue la única.
Donald Trump interrumpió con algo menos poético: los mexicanos son corruptos. No hagan negocios con ellos, afirmaba en su tono racista, pero tajante.
El nopal de la frente se transformó de manera irónica en una fórmula generalizada para cada habitante del país: si eres mexicano eres corrupto. Ni para dónde esconderse.
Pero eso fue poco, el escándalo llegó de la mano del Papa Francisco, quien salía a la luz con un escrito privado en donde advierte sobre evitar “la mexicanización” en Argentina…Y a que nos den un tiro y nos desaparezcan de la tierra, ¿no?
Pero no. Si en el fondo nos enojamos, si echamos porras por estar de acuerdo como si esto fuera un clásico del futbol, si nos defendemos como gato boca arriba, es porque sabemos que algo no está funcionando en el país.
Que traemos el sabor de un conflicto añejo del que parece no hay salida.
Porque sí, por una parte no lo merecemos, pero por la otra, si no es que no lo merecemos, lo alimentamos y lo permitimos.
Tampoco hablo de que deberíamos sentir culpa colectiva, pero hagamos ese ejercicio de honestidad y corresponsabilidad.
Una vez que apagamos los celulares o la computadora, deberían saltarnos las preguntas sobre cómo vamos a reivindicar y dignificar esos gobiernos, de cómo, por ejemplo, estaremos dispuestos a la construcción de lo que no sólo merecemos, sino anhelamos.
De ponernos a pensar hasta dónde, dentro de lo posible, estamos comprometidos a invertir tiempo, dinero y esfuerzo para transformar eso que nos compete por derecho constitucional: nuestros gobiernos.
De ruegos no podemos seguir viviendo. Algo tendríamos que hacer para reflexionar con profunda aceptación y coraje cívico suficiente que nos motive a estar dispuestos en esa construcción del gobierno que merecemos.
Porque si de algo estoy convencida es que nos lo merecemos.