En ese sentido, la película emularía a la realidad: Gravity es una película de diálogos que intentan llenar el pesado silencio del espacio. Una historia donde la verborrea parece solo tener como objetivo cubrir un vacío frío y devastador; un espacio desconocido.
En nuestra tierra también persiste el silencio. Un silencio al que se contrapone el ruido emitido por una narración mediática que no entiende nada pero que en su afán de entretenimiento, en su pánico de verse reflejarse en un espejo, tiene que emitir sonidos, balbuceos, espavientos insignificantes que al final de cuentas no significan nada.
En ese sentido, Ignatius contrasta la película de Cuarón con otra película sobre el espacio, 2001: Odisea del espacio. “Esa película también era sobre estar perdido en el espacio… el personaje de (Keir) Dullea también se encuentra a la deriva fuera de su capsula en la obscuridad del espacio, pero él es envuelto en una glorificación cósmica que es a la vez una fábula de renacimiento y vida infinita.” La película de Kubrick refleja una época en la que el espacio exterior aún se proyectaba como la posibilidad “de un escape de la agitación terrestre.”
La metáfora de Ignatius es oportuna aunque insuficiente. Las divergencias entre Kubrick y Cuarón no se pueden explicar solo a la luz de los eventos de coyuntura. Más bien, profundizan en ánimos generacionales que son provocados por sismas sociales, económicos y filosóficos.
En su texto “La esfera de Pascal” Borges hablaba sobre las reacciones tan distintas que dos filósofos, el italiano Giordano Bruno y el francés Pascal, tuvieron ante un mismo descubrimiento. En 1584 desde un pequeño cuarto en Londres, Giordano Bruno declaró con entusiasmo que el universo es único e infinito. Para Bruno esta revelación libera a la humanidad de sus cadenas terrestres; le da alas.
Sesenta años más tarde, desde la gris y lluviosa Francia, Pascal se enfrenta a la misma realización con un pesimismo desgarrado. El universo es infinito dice, y nosotros los hombres no tenemos nada que hacer frente a esa infinitud. Estamos condenados a ser ínfimos. Bruno alza sus alas hacía el infinito mientras que Pascal carga el peso de la infinitud sobre sus hombros.
Estas expresiones están intrínsecamente relacionadas con sus tiempos. Bruno, renacentista, rompía las cadenas de la Edad Media y su obscurantismo. Pero 40 años más tarde ese modelo ha entrado en crisis, el propio Bruno ha sido encarcelado y quemado. El sueño de la liberación y emancipación humana ha muerto en las llamas de una hoguera. El hombre que nos prometió alas es ahora tierra, cenizas.
De manera similar, los años sesentas del siglo XX fueron emancipadores. Desde los movimientos sociales, y el sueño americano hasta su culminación en la conquista más grande del hombre, la luna. Ese optimismo fue reflejado en una película que retrató un espacio desconocido pero aun así deseable. Cuarenta años después, las crisis económicas han acabado con el sueño de los baby-boomers. La generación de las flores y hornos de microondas ha acabado en la soledad de los asilos para ancianos.
Gravity refleja un mundo desesperanzado, atado al cuello por sus propios avances, un mundo donde la dicha del progreso tecnológico lo ha acabado por estrangular, donde las crisis se han vuelto en status quo, donde el ruido es tan insoportable que se ha vuelto un silencio. El espacio que Kubrick alguna vez soñó como liviano y etéreo se ha convertido únicamente en una carga, en un peso: el de la gravedad.