Para cuando las luces se apagaron, la respuesta fue obvia: el juego de echar la culpa.
En el programa “Meet the Press” de NBC, unos días antes del cierre del Gobierno, el representante Raul Labrador, republicano de Idaho, reconoció que los republicanos probablemente iban a recibir la mayor parte de la culpa y agregó que los demócratas entendían esto mejor que nadie.
“La realidad es que los demócratas piensan que esto es una pérdida para nosotros”, dijo Labrador. “Pienso que todos están de acuerdo que esto es una pérdida para nosotros si el Gobierno cierra. Y por eso pienso que el presidente y los demócratas quieren cerrar el Gobierno”.
Es cierto. En la política, cuando el opositor se está ahogando, le damos un yunque. Los demócratas no parecen tener ningún apuro por negociar.
Esa es una realidad triste de nuestro sistema político. Los líderes son electos para arreglar problemas. Hoy, muchos funcionarios electos simplemente arreglan la culpa. Para algunos legisladores, eso es suficiente. No necesitan sentirse bien concibiendo soluciones o mejorando la vida de las personas. Derivan su satisfacción de la suposición de que, cuando las cosas salen mal y el público reparte críticas, la otra parte va a recibir una porción mucho mayor. El lograr algo pasó a segundo plano, ahora lo primero es asegurarse que la otra parte reciba el mayor reproche si algo sale mal.
Si los estadounidenses escucharon alguna parte del debate previo al cierre del Gobierno, debieran al menos haberse dado cuenta que la culpa puede ser un arma política poderosa y en estos días se ha vuelto muy a menudo un fin en sí misma.
Esta vez el tema fue el cierre, que entró en vigor cuando la Cámara Baja y el Senado no pudieron superar su incapacidad de alcanzar un trato presupuestario en medio de tentativas de los representantes republicanos de quitarle financiación a la Ley de Cuidado de Salud, mejor conocida como “Obamacare”.
Echar la culpa ciertamente no es algo único de este debate. Al conversar sobre la reforma migratoria, los demócratas –incluidos muchos que no querían proveer a los inmigrantes ilegales un camino hacia la ciudadanía porque molestaría a los trabajadores obreros preocupados por sus trabajos y porque alimentaría la percepción de que el Partido Demócrata es blando con la inmigración ilegal– apuestan todo a la presunción de que, si el diálogo se quiebra, los latinos y los defensores de la reforma les atribuirían la mayoría de la culpa a los republicanos.
Los medios de comunicación, mientras tanto, alimentan el frenesí presentando el tema como qué partido es más probable que sea culpado y produciendo datos de encuestas que ayudan a los políticos a trazar estrategias y manipular el resultado.
En julio, una encuesta de TheWall Street Journal/NBC News le preguntó a los encuestados a quién culparían si el Congreso no podía llegar a un acuerdo sobre la reforma migratoria antes del fin del término. La encuesta halló que 44 por ciento de las personas culparía a los republicanos, mientras que 14 por ciento dijo a los demócratas, y 21 por ciento mencionó al Presidente Obama. Entre los hispanos, los hallazgos fueron incluso más disparejos. Aproximadamente la mitad dijo que principalmente culparía a los republicanos, mientras que solo 6 por ciento culparía a los demócratas.
Esto le encaja bien a aquellos miembros del Partido Republicano que consienten a los nacionalistas, alimentan el miedo del público sobre un cambio cultural y enmarcan la inmigración de una manera que ha sido enmarcada por mucho de la historia de Estados Unidos, como una manera de importar gente inferior de países inferiores.
Además, también deber ser frustrante para aquellos republicanos que quieren lograr la reforma migratoria, ya sea porque quieren proveer trabajadores a empleadores que también contribuyen con sus campañas o porque simplemente quieren sacarse el tema de encima y volver a cortejar a los hispanos.
En el debate sobre quitarle financiación a “Obamacare”, los republicanos son nuevamente presentados como los villanos. Una encuesta reciente de CNN halló que 46 por ciento de los estadounidenses culparía a los republicanos por el cierre del Gobierno, mientras que 36 por ciento culparía a Obama. Trece por ciento dijo que ambos partidos serían culpables.
¿Qué tal? Pese a todo el ruido, un 13 por ciento se dio cuenta. La dura verdad es que ambos partidos son culpables del cierre del Gobierno. Lograr este grado de incompetencia requiere cierta cantidad de bipartidismo.
Uno pensaría que el enfatizar constantemente quién es culpable crearía un incentivo para que esas personas hagan lo correcto. En cambio, empuja a la otra parte a quedarse sentada sin hacer nada y ver cómo sus adversarios trastabillan, mientras el pueblo estadounidense sufre.
El juego de echar la culpa es un juego en el que nunca nadie gana.