El tiro por la culata
El miedo es natural. A pesar de que, aparentemente, vivimos cierta calma o tranquilidad, la verdad es que el clima de inseguridad no se ha movido de lugar.
Al menos en Nuevo León, incrementa el número de determinados delitos, o bien, la escasa acción judicial oportuna desalienta cualquier panorama de justicia real para quienes son víctimas de la delincuencia.
En zonas ricas o pobres, a donde quiera que vas en la Zona Metropolitana de Monterrey existe infraestructura que se ha hecho a la medida de los miedos.
Indira KempisEl miedo es natural. A pesar de que, aparentemente, vivimos cierta calma o tranquilidad, la verdad es que el clima de inseguridad no se ha movido de lugar.
Al menos en Nuevo León, incrementa el número de determinados delitos, o bien, la escasa acción judicial oportuna desalienta cualquier panorama de justicia real para quienes son víctimas de la delincuencia.
En zonas ricas o pobres, a donde quiera que vas en la Zona Metropolitana de Monterrey existe infraestructura que se ha hecho a la medida de los miedos.
Entre más temor a ser asaltado, secuestrado o robado, mayores cámaras de vigilancia, bardas, hasta sábanas que se suman a la función de “protección” a la cual nos hemos sometido.
¿Funciona? Hasta hace algunos meses, los grandes empresarios que se hicieron millonarios a partir de las ventas de sistemas de seguridad privada te dirían que sí.
Otros tantos que siguen relacionando su seguridad con el número de elementos policiales en su calle, también lo afirmarían.
No obstante, la práctica demuestra que el sentido común está careciendo de sentido.
Esas colonias, que por voluntad de las vecindades o estrategia de mercadotecnia e infraestructura de las constructoras, son las más vulnerables a la inseguridad.
Así lo demuestra lo que está sucediendo en el municipio de San Pedro Garza García, donde los ilícitos se han incrementando en las colonias o sectores privados. El problema ha llegado a tal grado que el mismo munícipe, Ugo Ruiz, ha aceptado la consumación de estos actos delictivos en tales zonas.
Por otra parte, los elementos policiales en las calles carecen de la confianza, no sólo de la ciudadanía, que como sabemos se basa en percepción o experiencias, sino en las pruebas que existen sobre sus antecedentes profesionales.
Así que en estos días, nos enteramos por medio de este periódico que “el Municipio tiene en su nómina a 11 exagentes de la Secretaría de Seguridad de San Pedro, a los que hace cuatro años se les ejercitó acción penal y fueron aprehendidos por sus nexos con el narcotráfico.
Estos elementos no sólo pasaron de “halcones” al servicio de la delincuencia organizada a vigilantes, sino que ahora ganan más e incluso, algunos están pensionados por la administración sampetrina”.
No, lamentablemente, los elementos policiales en este contexto como en otras ciudades han dejado de ser fuente confiable de seguridad.
Por tanto, las estrategias del encierro que comenzaron hace tres años comienzan a revertir sus efectos.
La tarea de la seguridad no es tan sencilla como aparenta.
De eso debemos estar conscientes tanto autoridades como los ciudadanos.
Levantar bardas y poner policías sólo demuestra la ausencia de creatividad que hemos tenido, como respuesta entre nuestros gobiernos y la ciudadanía.
Si queremos seguir encerrados creyendo que eso es lo único que nos queda por hacer, dejando a las instituciones públicas sin nuestra vigilancia, ya sabemos qué es altamente probable que suceda.
Por tanto, para transformar entornos necesitamos del involucramiento activo de la ciudadanía que comprometa a nuestros gobiernos a actuar responsablemente ante los efectos, socialmente nocivos, que está causando la delincuencia en el país.