Y Peña Nieto corrió. Sí, corrió por el puente Alexandra Bridge del río Ottawa acompañado del carismático y popular primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.
En un acto de coolness, el presidente quiso emular lo que hace unos meses el presidente Barack Obama y el propio Justin Trudeau vivieron en Washington, un autentico bromance de Estado. Con gran sentido del humor, el primer ministro canadiense arrancó con el pie derecho las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Peña Nieto no se quedó atrás, y como antesala a la Cumbre de Líderes de Norteamérica, el Presidente visitó Canadá, y también vivió su propio bromance con Trudeau. Al grado que de golpe el gobierno canadiense eliminará las visas para mexicanos, que tanta indignación causaron, el próximo año.
Ya entrados en la cumbre los denominados “Three Amigos” se vieron sonrientes, aunque preocupados y ocupados en temas migratorios y proteccionistas. Lo que es destacable es lo relajado y cómodo que el presidente Enrique Peña Nieto se ve con sus homólogos. Atrás quedó la tensión e incomodidad del inquilino de Los Pinos en visitas de Estado y cumbres.
Siempre he creído que una de las áreas de gobierno más rescatables del Presidente ha sido la política exterior.
Y no es que con ello México haya retomado el liderazgo latinoamericano de hace cuatro décadas o mediado una gran crisis internacional, pero es que si se analiza la política exterior mexicana durante este sexenio, pese al resultado real a nivel nacional de las reformas estructurales, la iniciativa en sí misma se convirtió en una gran atracción para varios países, misma que este gobierno supo aprovechar.
La apertura y constante diálogo e interacción con diferentes actores internacionales han brindado frutos. De la aprobación del Acuerdo Transpacífico (TPP) y a la vez el coqueteo diplomático con China hasta el alcance de acuerdos en materia energética con Medio Oriente, la política exterior mexicana, si bien no ha sido brillante, sí lo ha sido constante y disciplinada. Y eso en los tiempos de cólera ya es ganancia.
Con Estados Unidos, si bien el sexenio no arrancó con la relación que propició el expresidente Calderón, de tener a los vecinos del norte hasta la cocina —si no es que hasta la recamará— y hubo momentos fríos sin embajadores en ambos países, luego de un intento fallido de embajador mexicano en Washington y luego del drama legislativo en Capitol Hill, Carlos Sada y Roberta Jacobson se instalaron como embajadores.
Por que sobran las críticas del falta de liderazgo mexicano en Latinoamérica, pero sea suerte o casualidad, la retórica de América para los americanos y el sueño revolucionario caducó. No sólo eso, sino que países como Brasil, Venezuela y Argentina, mientras se ostentaban de gran liderazgo en Latinoamérica, fueron alcanzados por sus demonios domésticos y ni una ni otra. Es decir, la burbuja de la diplomacia regionalista los ha aislado.
Y si bien México está todo menos inmune a su propia realidad, de alguna u otra manera ha logrado sortear por separado la política interior y la política exterior. Y a dos años de que finalice su mandato, en Norteamérica, con un líder como Obama que va de salida y otro (Trudeau) en pleno auge, Peña Nieto no tiene nada más que perder y vive un gran trío.