El triunfo de la ideología

El “cierre” del gobierno puede enseñarnos mucho sobre la política de Estados Unidos. Incluso cuando se acabe, habrá que contestar una pregunta esencial: ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué los republicanos del Congreso desencadenaron un cierre del que, predeciblemente, les echarían la culpa y por el que podrían ganar pocas concesiones de los demócratas?  

Robert Samuelson Robert Samuelson Publicado el
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El “cierre” del gobierno puede enseñarnos mucho sobre la política de Estados Unidos. Incluso cuando se acabe, habrá que contestar una pregunta esencial: ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué los republicanos del Congreso desencadenaron un cierre del que, predeciblemente, les echarían la culpa y por el que podrían ganar pocas concesiones de los demócratas?  

La respuesta convencional lo atribuye a la estupidez, la locura y el fanatismo. Es una respuesta demasiado simplista y partidista. Pasa por alto una causa más profunda que, en mi opinión, ayuda a explicar por qué la política se ha vuelto más disfuncional. 

Con ese término quiero decir que se ha vuelto menos capaz de conciliar diferencias y conflictos. Después de todo, ése es un propósito central de la política. Hablando en general, los conflictos se originan entre los grupos que representan diversos intereses e ideologías. La maldición de la política norteamericana es que está centrada menos en intereses y más en ideologías —y las ideologías producen absolutos morales, programas rígidos y emociones fuertes. 

Sin duda, la política de representación de intereses puede involucrar furiosas disputas, en las que mucho está en juego: los agricultores que piden subsidios, las compañías multinacionales que quieren exenciones fiscales, los beneficiarios del Seguro Social que protegen sus beneficios. A veces, los acuerdos satisfacen a todos, pero aún cuando no lo hacen, los efectos indirectos a menudo son modestos. Aunque los adversarios pueden detestarse mutuamente, su resentimiento se centra en desacuerdos limitados. 

En cambio, las diferencias ideológicas son amplias y explosivas. Para mí, la “ideología” va más allá de una filosofía política explícita. Incluye amplias diferencias en estilos de vida y supuestos básicos sobre qué es lo mejor para Estados Unidos. En décadas recientes, los asuntos ideológicos han ocupado una mayor parte de la escena política, tanto en la izquierda como en la derecha. 

El “tamaño del gobierno” es motivo de una gran división. La izquierda ve un gobierno de mayor alcance como una herramienta para la justicia social; la derecha teme que sea una amenaza contra la libertad. Las cruzadas morales abundan. “Salvar el planeta” (el calentamiento global) es una de ellas. Impedir el “asesinato” es otra; para la izquierda se trata del control de armas y para la derecha, de la prohibición del aborto. La campaña de la izquierda a favor de los “derechos de los gays” es el intento de la derecha de salvar la “familia tradicional”. 

El motivo por el que las diferencias entre los partidos se han agudizado es controvertido, pero no hay duda de que lo han hecho. 

“Las creencias básicas están más polarizadas a lo largo de líneas partidarias de lo que lo han estado en los últimos 25 años,” expresó un estudio de opiniones de 2012 del Pew. Una pregunta indagaba sobre la necesidad de “leyes y regulaciones más estrictas para proteger el medio ambiente.” 

Entre los demócratas, el 93 por ciento estuvo de acuerdo con ello, lo mismo que en 1992; para los republicanos, el acuerdo fue del 47 por ciento, mientras que en 1992 fue del 86 por ciento. También se han abierto amplias brechas en cuanto a la red de seguridad social, las preferencias para las minorías y la inmigración. Algunos centristas se ven alienados; más gente se considera “independiente”. 

Una diferencia esencial entre la política de los grupos de intereses y la ideología es lo que motiva a los individuos a afiliarse. En la política de grupos de intereses, el motivo es simple —el interés propio. La gente disfruta directamente los frutos de su participación política. Los agricultores obtienen los subsidios; los beneficiarios del Seguro Social, sus cheques. En cambio, los soldados de las causas ideológicas generalmente no se enlistan para recibir beneficios tangibles para sí mismos, sino por la sensación de que están mejorando el mundo. Su recompensa es sentirse mejor acerca de sí mismos. 

Llamo a eso “la política de la auto-estima” —y altera profundamente la política. Para comenzar, sugiere que uno no sólo está en desacuerdo con sus adversarios; también los desprecia por considerarlos moralmente sus inferiores. Es más difícil hacer concesiones cuando las diferencias involucran poderosas convicciones morales. En verdad, si la recompensa inconsciente de la política es una auto-estima más elevada, tiene sentido no cooperar en absoluto. Tener tratos con el diablo lo hará sentir a uno peor, no mejor. Es más satisfactorio probar la superioridad moral propia pintando a los adversarios como peligrosos, desconsiderados y moralmente desacreditados. La televisión de cable e Internet se dan un festín con esas explosiones. 

Todo esto se relaciona con el presente. ¿Por qué persisten los republicanos cuando el daño auto-infligido es tan grande? En una nueva encuesta de CBS, el 44 por ciento echó la culpa del cierre a los republicanos, y un 35 por ciento a los demócratas. Una respuesta es que “mantener los principios” refuerza su auto-estima. 

En forma similar, la reforma de salud de Obama (Obamacare) —causa de tanto conflicto— ejemplifica la política de la auto-estima. Sus principales defensores, comenzando con el presidente, tienen seguro de salud; no se beneficiarán directamente. Pero Obamacare sirve como plataforma para afirmar su superioridad moral. Les preocupa el pueblo, mientras sus adversarios son despiadados. (Se ignoran los daños colaterales: el efecto corrosivo en la confianza de la población, por ejemplo. También se ignora el hecho de que las mejoras en la salud de la gente serán, como mucho, modestas. Muchos no-asegurados tienen buena salud; otros, ya reciben asistencia.)

El triunfo de la ideología es uno de los mayores trastornos políticos en décadas recientes. Está también lleno de paradojas. Tanto en la izquierda como en la derecha, muchos activistas son inteligentes, sinceros y trabajadores. Pero el agregado de tanta gente con elevados principios —que generalmente creen sinceramente en una causa— al sistema político ha causado que éste funcione peor. Cada vez más se falla en lograr acuerdos o, en muchos temas importantes, en decidir. 

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