Electromovilidad es una palabra que, en apariencia, se puede entender como una mezcla simple de movilidad con electricidad, pero poco se conoce de ella tan a profundidad como para que tener una única radiografía. En plena crisis climática en varios países en el mundo ha tomado un auge relevante. Principalmente, porque ante la imperante necesidad de mejorar la salud pública se ha impulsado la menor dependencia de combustibles fósiles posible.
Los países nórdicos, por ejemplo, están transitando hacia energías renovables que, además de abrir nuevos mercados, mejoran en gran medida la salud pública. Sobre todo si tomamos en cuenta que, de acuerdo a la ONU, para el 2050 el transporte será el mayor responsable del crecimiento de emisiones contaminantes, representando el 70 por ciento de las mismas. Y aquí es en donde replantear una reestructura del transporte público y su independencia de las energías que provocan mayor contaminación resulta relevante e indispensable en un mundo cambiante.
Para dar otro dato escalofriante, consideremos que tan sólo las emisiones que giran en torno a los vehículos (transporte y fabricación de combustible) representan el 40.35 por ciento de las emisiones totales de contaminantes de México, ¡qué es lo que estamos respirando! Si hacemos cuentas esos impactos van mermando la calidad de vida de los habitantes.
Además, porque está proyectado que para el 2050 más del 80 por ciento de la población mundial estará concentrada en las urbes. Ante este panorama los datos no mienten. En México, al año 2017, habían poco más de 40 millones de automóviles, autobuses y camiones registrados en circulación, y cada año ingresan al parque vehicular 1.6 millones de unidades.
Por tanto, aunque hoy los escenarios son contracorriente y los costos son elevados para producir otras alternativas e implementar políticas públicas desde el Gobierno federal en la materia, la movilidad eléctrica es una alternativa estratégica en la disminución de CO2, con posibilidad de disminuir en el periodo 2016-2050 1.4 giga toneladas de gases contaminantes liberados a la atmósfera; generando así un ahorro de combustible cercano a 85 mil millones de dólares.
Lamentablemente, ésta quizá sea la apuesta del desarrollo económico y sustentable más ambiciosa del futuro. Ciudades como Medellín, Colombia o Estocolmo, Suecia, están entendiendo que la clave está ahí.
Obviamente, en América Latina esto podría parecer proeza (e incluso hay objeciones porque la realidad podría hacer pensar que es inalcanzable y que hasta podría “salir peor” por la contaminación generada en la producción). Sin embargo, lo que me queda claro es que el futuro no espera. Hay que encontrarle solución (no más problemas) al problema de las urbes del siglo XXI: ¿cómo mover personas?
La electromovilidad hace un gol tripartita en desarrollo sustentable, energético y social. Puede ser posible porque ya lo es en otras partes del mundo. Aquí, ¿qué esperamos? Este próximo martes 24 de septiembre en el Senado, presentaremos la primera Ley de Electromovilidad en la historia de México. Que se abra un nuevo debate del futuro que nos tiene rebasados, ya como todo lo urgente.