Elena Poniatowska

Después de 47 años de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, la historia del País carece todavía de las precisiones elementales de este episodio que ha motivado profundas transformaciones de la vida nacional. El expediente de la masacre está por explorarse y los mexicanos reclaman luz sobre lo ocurrido.

José Garza José Garza Publicado el
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Después de 47 años de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, la historia del País carece todavía de las precisiones elementales de este episodio que ha motivado profundas transformaciones de la vida nacional. El expediente de la masacre está por explorarse y los mexicanos reclaman luz sobre lo ocurrido.

Los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 son un hito en la sociedad mexicana. La herida está abierta; los reclamos de las movilizaciones, los gritos por la represión, permanecen vigentes a través de la poderosa transmisión de la historia oral, de los testimonios de testigos que ofrecen las impresiones más aproximadas a aquella realidad, precedente de nuevos episodios como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Una realidad recuperada y reconstruida en un documento imprescindible, clásico: La noche de Tlatelolco.

La noche de Tlatelolco es un collage de voces conformado por 653 citas elaboradas por Poniatowska a partir de la transcripción exacta de observaciones, apuntes, documentos, textos, grabaciones y entrevistas en torno al movimiento estudiantil detenido de forma fatal con las armas. La palabra de estudiantes, profesores, políticos, gobernantes, y habitantes de una ciudad agredida por la autoridades es reproducida por Poniatowska como testimonio colectivo de la fonética de la atmósfera y el ambiente de aquellos turbulentos meses de 1968, en un procedimiento periodístico eficaz: preguntar con la insistencia suficiente para que los entrevistados se enteren a fondo de sus propias vivencias y pensamientos; documentarse hasta la saciedad con los cinco sentidos disponibles para contar al contarse.

La estructura de La noche de Tlatelolco como un conjunto coral insuperable de un acontecimiento ha impuesto, sin duda, un canon. El esquema de El emperador de Ryszard Kapuściński, publicado originalmente en 1978, corresponde al de un collage de voces en torno a la figura del monarca de Etiopía, Haile Selassie, en los momentos de su derrocamiento durante 1974. Se trata de una estructura ejemplar cuando la abundancia de fuentes y documentación de voces y puntos de vista es valiosa, necesaria e indispensable para una aproximación exacta de la realidad que se pretende contar.

Pero sabemos que Poniatowska dota a su obra de un rasgo significativo: su capacidad de admiración. El despliegue de sus admiraciones obliga a la intensidad prosística y a la sucesión de vislumbres poéticos; se requieren estos climas vehementes para hacerle justicia a la épica que Poniatowska valora tan altamente.

La admiración por este don de hazañas en atmósferas complicadas ha llevado a Poniatowska a profundizar en situaciones extremas y particularmente en torno a la situación de la mujer en la sociedad mexicana. Así encontramos sus libros Nada, nadie. Las voces del temblor, y Fuerte es el silencio, así como sus novelas biográficas sobre Tina Modotti, Leonora Carrington y Lupe Marín, ésta última de reciente publicación. Y sobre todo su entrañable Hasta no verte Jesús mío.

Como todos los 2 de octubre, La noche de Tlatelolco es de lectura impostergable, al grado de expresar a cualquiera algo así como lo que diría Jesusa Palancares:

—Ahora ya no chingue. Váyase. Déjeme leer.

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