Jorge Melguizo, un amigo colombiano que visita con frecuencia Monterrey, hace una observación que compara nuestra ciudad con Medellín: ambas tienen un río que la divide.
En la primera, es el Río Santa Catarina el que atraviesa nuestra urbe.
En la segunda es el Río Aburrá o Medellín el que marca territorialmente la ciudad.
Como, lamentablemente, cualquier río de América Latina el descuido y el abandono de sus laderas –como algunos conflictos sociales- son parte de la historia de los cauces.
Particularmente el de Monterrey ha canalizado el agua de los huracanes, que han existido de tiempo atrás, y que a raíz de la tragedia que representaron los dos de los últimos años (Gilberto en 1988 y Alex en 2010) nos han dejado lecciones “aprendidas” sobre cómo convivir con estos fenómenos, la importancia y vitalidad del río, como sus implicaciones sociales.
Pongo entre comillas la palabra aprendidas porque todavía nos falta un debate serio desde los gobiernos como la sociedad civil –que incluya a todos los grupos no únicamente a los organizados en un Consejo para la reconstrucción después del último huracán- que nos permita dialogar sobre lo que pensamos a corto y largos plazos para el río.
En algún momento, de hecho, se implementó un proyecto de canchas privadas que anteriormente, ya eran espacio para el fútbol callejero, con aceptación de la mayoría aunque esto implicara pagar por su uso.
Después del Huracán Alex en 2010, la perspectiva cambió.
El río puede tener una vocación propia de su naturaleza.
No lo dijeron los expertos, aunque aún recuerdo a mi profesor Rubén Pesci afirmar que en el mundo no existe ningún “río seco” apelando con esto a uno de los argumentos que más han defendido la explotación del espacio para fines comerciales.
Quien nos lo mostró fue el propio río, que sin tener el agua suficiente en meses posteriores se ha convertido en un “bosque” interno con vegetación propia y algunas especies de animales.
Incluso, todavía recuerdo hacer una expedición de campo hace un par de años y hallar en mis recorridos personas haciendo el “picnic” pese al rayo y el calor del verano o a los niños meterse a sus aguas cuando ha crecido un poco en épocas de lluvia.
Esa es la muestra que nos indica que la convivencia humana, el desarrollo económico del espacio como la integración de un proyecto arquitectónico podría ser un atractivo que rebasara no sólo las fronteras del turismo, sino que realmente encontrara innovadoras vocaciones en el tránsito del cauce.
Lo anterior no es una solución nueva. Bilbao, por ejemplo, decidió instalar como motor económico la reinvención de su río.
Si googleas verás imágenes en las que se aprecia un corredor que conecta los puntos más importantes que el mismo flujo dirige.
Un museo, mercados, iglesias, universidades.
Volviendo al ejemplo del inicio. En Medellín se está trabajando un proyecto que también detona el desarrollo a partir de lo que genera el mismo río.
“Parques del Río. En la corriente de la vida” es el nombre del proyecto cuyo objetivo literal y sencillamente es: la regeneración urbana.
Su página de Internet, desde donde se transparenta el trabajo de investigación que se está realizando, se enuncia: (este proyecto)convertirá al río en el principal eje de espacio público en la ciudad y en la región.
Optimizando su actual función como eje principal de movilidad, el río se convertirá en el eje estructurador e integrador de los diferentes sistemas del territorio y escenario central para el encuentro ciudadano.
Además, será el conector biótico entre los cerros tutelares y eje ambiental de la ciudad”.
Será mi desesperación, pero si el talento ni la imaginación ni las voluntades nos dan para otro tipo de proyectos, espero otro huracán…