Fernando Maiz, el empresario regiomontano que lamentablemente perdió la vida en un trágico accidente, estaba convencido hasta la raíz de que no puede haber un cambio sin nosotros.
Que la ciudadanía no está para permanecer inmóvil ante las crisis, las injusticias y el rezago.
Pero como dice Antanas Mockus, un ciudadano que colabora activamente en la solución de problemas públicos no nace, se hace…
Estaba más joven cuando me lo presentó el urbanista Gabriel Todd. En aquel entonces pocas éramos las personas que lejos de huir de una cruda realidad generada por la inseguridad y violencia, tomamos la iniciativa de cambiar la ciudad.
Nunca se lo pregunté, pero conociéndolo creo que eso fue lo que lo hizo saltar junto con nosotros a un “vacío” de sueños infinitos de transformar la ciudad. Nuestra triada, al paso del tiempo, se convirtió en una familia apasionada por convencer a otros de todas las alternativas para que eso suceda. Estamos, de hecho, todavía en ese duro proceso de tránsito.
Entre las calles de los barrios violentados de Medellín, Colombia, aprendimos lo importante que era experimentar otra forma de vivir la urbe.
De ahí, Fernando se convenció de lo indispensable que es educar a los gobernantes y los ciudadanos en una manera de participar en solucionar problemas juntos. Así que a su regreso se dio a la tarea muy disciplinada de abrir espacio en su ocupada agenda para sumarse, crear, dar seguimiento no sólo a las causas de la comunidad, sino incluso de las mismas gubernamentales que a veces por falta de conocimiento, imaginación o voluntades en este país se quedan truncas.
Fernando hizo lo que pocos hombres de negocios se atrevían o atreven a hacer. Tener una participación cívica visible que dé ejemplo de que es posible cambiar el rumbo de lo que parece un “destino”. Fue una decisión valiente que en su momento tuvo sus propios costos o riesgos, pero jamás le escuché quejarse.
Al contrario, perdonaba con facilidad a quien dudaba de sus intenciones o aquellos medios de comunicación que difundieron en su momento información falsa en torno a su persona. “Dios pone las cosas en su lugar”, me insistía cuando yo me molestaba por tales situaciones.
Sabía, además, lidiar con las diferencias. Que las veía más como fortalezas que como debilidad. Las usaba para que en vez de construir muros –como ya saben quién-, construía puentes.
Su “socio” de causas justas, Gabriel Todd, a quien presentaba frecuentemente como nuestro maestro de urbanismo, ha escrito unas palabras en redes sociales que quiero compartir para que comprendamos por qué esta ausencia pesará no sólo a quienes lo quisimos, sino a Nuevo León y a México.
Todo ciudadano que asume su propia responsabilidad de lo público es, sin duda alguna, una presencia necesaria para la vida cívica de México –ahora que tanto lo necesitamos- como su ausencia –física o moral- una pérdida irreparable.
“Nunca hicimos un negocio juntos, pero nuestra misión era el mayor de ellos: cambiar el Monterrey que él amó. Fernando tenía una agenda saturada de proyectos que dejó pendientes, vinculados a causas comunes, la atención social a grupos vulnerables, la Iglesia y su gran pasión de los últimos años: la participación activa en el cambio del ámbito público. Muchas de sus intervenciones pasaron inadvertidas porque solía ser discreto, no daba detalles de sus apoyos a veces ni siquiera ante pregunta expresa”, afirma su amigo.
Su última campaña la llamó “A mí sí me toca”, una postura que contradice la constante de la ciudadanía que suele evadirse y dejar en otros la responsabilidad como la solución. Ése último discurso lo dirigió a la clase empresarial, hoy me pregunto cuántos estarán dispuestos.
Con la crisis que viene, no es que necesitemos a otro Fernando Maiz porque fue único, pero él dedicó sus últimos años de vida a convencer a otros de lo trascendental que es demostrar con hechos que nos importa, que estamos, que nos toca.
“A mí sí me toca” es contagiarse del ánimo de soñar hasta la “locura” de quienes saben, quieren y pueden cambiar al mundo.