Lo peor que puede suceder en tiempos de crisis es la histeria colectiva.
Obviamente, esa nadie la puede controlar, está demás decir que tiene un cúmulo de experiencias que derivan en hartazgo. Lo que empezó con un incremento en la gasolina suma demasiadas voces que señalan ese México que es de todos los días, pero que pocos lo ven hasta que “revienta”.
Es la misma historia que se repite bajo las consignas de la revuelta social. Los Zapata, los Villa, son hasta santos invocados por oficio para que las cosas cambien. Pancartas se hacen como producción en serie. Sale a escena la búsqueda de un salvador. Entonces, la gente enardecida les clama para que sean quienes “nos representen”.
Después vienen las “cheves” en el bar intelectual de moda para conversar sobre lo mucho o poco que estamos pendejos. Porque eso sí, en tiempos de indignación cada quien hace su lista de sus pendejos preferidos.
Y hay de todo. Los de derecha a los de izquierda. Los del PRI a los del PAN. Los del PAN a los del Bronco. Los veganos porque sí y los animalistas porque el alimento de los perros va a incrementar (esto último no es sarcasmo).
Latente en las redes sociales y las sobremesas el escándalo. Qué vamos a hacer con un país gobernado por una clase política indolente. Siempre aparecerá el familiar que lleva a un radical dentro: “tomemos los Pinos, la Alcaldía, el Palacio y todo junto”.
O aquel que apelará a las buenas conciencias individuales. Saquemos la lista de memes para reír o si se pone muy intenso, los pañuelos para llorar, por favor. El pánico se apodera de la protesta una vez que información falsa se difunde demasiado y tan rápido como los miedos a que este “caldo” suba de “tono”.
Lo que no es falso, ante la evidencia, está ahí, que si son porros o son gente aprovechada es lo de menos, pero existe.
Una vez repasada la lista enorme de los 500 diputados (de los cuales supongo que muchos no conocen ni el que les corresponde), tal parece que se acabó la repartición de responsabilidades, ¿quién sigue? Porque, claro, la “culpa” esa tan cristiana que les enseñaron en casa, debe ser siempre del otro. De “alguien”.
Los empresarios salen al quite con lenguaje muy diplomático porque no vaya a ser que demasiada claridad afecte sus relaciones institucionales o que al rato los inmiscuyan en otros dilemas éticos de los que se saldrá bien librado: “me obligan a darles moche”. Bueno, por hoy hay que aventar piedras. No se diga más.
Entre tanta impotencia, el Presidente intenta justificar las decisiones. Todos estaríamos contentos de no ser porque aquí no es Suecia o Finlandia.
Donde se pagan muchos impuestos, se pagan a tiempo y se distribuye el gasto lo más equitativo posible. Por eso, el país está caliente. Le hierve la sangre porque no ve que el destino de los recursos públicos sean para las prioridades que necesitamos. No es la gasolina, no son las tortillas, no es el predial, no es la tenencia (que, aprovechando la ocasión, déjeme decirle que el beneficio de esto es darnos cuenta que es hora de irnos despidiendo de la dependencia del petróleo).
Lo grave, la incertidumbre en el país en donde todos desconfiamos de todos, está en qué va a pasar en un mes, en un año. Qué va a pasar cuando usted termine el post de Facebook furioso o regrese a casa o termine de gritar hasta el cansancio.
Cómo le vamos a hacer para construir a un país desde la crisis sin que sigamos siendo el “perro –hipócrita- que se muerde la cola”. Mientras escribo esta columna unos a otros se tachan de idiotas. Encuentre su causa, porque entre el río revuelto le aseguro que hay ya gente reinventándolo día a día, haciendo que el futuro sea una realidad cotidiana y sin salvador de por medio.
Un año difícil para no dejar el país en manos de nadie más que en las propias.