Así como los hombres estamos hechos de acciones y pensamientos, las sociedades están hechas de hombres e ideas. En momentos en que la verdad se vuelve peligrosa, es importante recordar a quienes han luchado por la libertad. Entre ellos destaca un filósofo del siglo 16 nacido en Nola, Italia.
Giordano Bruno nació en 1548 a un mundo que aún creía en un universo estático y limitado con la tierra como su centro. Un mundo controlado por la iglesia católica y su doctrina totalitaria. Bruno por su parte desarrollaría un pensamiento crítico, el nolano, como se le conocería, predicaría una filosofía provocadora y revolucionaria que transformaría a Europa.
Bruno entiende su mundo como uno atado por cadenas, donde la ignorancia y el miedo reprimen el impulso humano y su creatividad. Bruno ama a la humanidad, confía en su capacidad, pero entiende que es necesario primero liberarla de sus cadenas. Como un pez no puede crecer si su pecera es muy pequeña, así la humanidad restringida a un universo cerrado, a una mente dogmática y manipulada y a una sociedad construida en torno al miedo no podrá explotar su propio potencial. Esos son los tres elementos claves de la filosofía bruniana. Liberar la mente, la sociedad y el mundo.
La mente la liberará de su represión judeocristiana atribuyéndole la capacidad de la creación y de la vinculación. Bruno entiende a la mente infinita y propone estructurarla a través de imágenes y conceptos volviéndola capaz de aprender y a la vez construir nuevas ideas. En cuanto a lo social, Bruno buscará establecer una nueva reforma política en Europa, una reforma que reemplace al cristianismo como base moral-política por una sociedad construida sobre la base del saber y del actuar; una sociedad del trabajo y del conocimiento. Finalmente para el universo dejará su más grande mensaje: lo declarará infinito. Es una declaración provocadora y radical sobre todo porque si el universo es infinito y no hay bordes entonces ¿dónde está Dios? La respuesta de Bruno es sencilla, Dios es universo, está en todo, “está en nosotros más de lo que nosotros estamos dentro de nosotros mismos”.
Por ello Giordano Bruno es ante todo un liberador que desafió toda la estructura del mundo que lo vio nacer. No es entonces sorprendente que haya vivido como prófugo recorriendo Europa entera. Perseguido por católicos, calvinistas y protestantes por igual, no pudo vivir más de dos años en un mismo lugar.
Bruno fue capturado en 1591 por la Santa Inquisición y juzgado en Roma. Su proceso duró nueve años. Durante ese tiempo permaneció encerrado en una celda del Vaticano. Aun así, nueve años de tortura no lo harían retractarse. En enero de 1600 declararía “No puedo, no debo y no quiero retractarme” y añadiría. “Quizás vosotros, al sentenciarme, sentís más temor que yo escuchándolos.” Condenado a la muerte en la hoguera un 17 de febrero de 1600, algunas de sus últimas palabras quedarían como prueba de su lucha por la libertad.
“Mucho he luchado. Creí que sería capaz de salir vencedor… Y tanto el destino como la naturaleza reprimieron mi celo y mi fortaleza. El mero hecho de haberlo intentado ya es algo, porque ahora veo que el conseguir alzarse con la victoria está en manos del destino. No obstante, había en mí algo que yo era capaz de hacer y que ningún siglo futuro negará me pertenece, aquello de lo que un vencedor puede enorgullecerse: no haber temido morir, no haberme inclinado ante mi igual y haber preferido una muerte valerosa a una vida sumisa”.