Ya está en el aire el olor a pólvora y azufre. Las bombas siguen cayendo sobre Siria, el campo de batalla y escenario sobre el cual se han impuesto las condiciones ideales para desahogar todos los problemas geopolíticos que se han acumulado desde el final de la
Segunda Guerra Mundial en 1945.
Ni Obama es Eisenhower, ni Putin es Stalin. El primero es un “hopeless romantic”, que con todo y Premio Nobel de la Paz no sólo no pudo terminar con las guerras en Irak y Afganistán, sino que en el intento engendró al monstruo llamado ISIS. Y, el segundo, es un líder efectivo lleno de pragmatismo, cálculo y frialdad que lleva en el ADN ser y pensar como un espía de la KGB y que trata a base de nacionalismo recuperar la esencia de la “madre Rusia” en tiempos de la Guerra Fría.
Es cierto, es mucho más profundo que eso, y no sólo fue el vacío de poder que dejó el Tío Sam en Irak lo que produjo el desarrollo del grupo que cuenta casi con todos los elementos para llamarse Estado-nación. Por qué la histórica rivalidad entre las etnias suníes y chiítas, reactivada por una serie de intereses regionales, dígase Arabi Saudita e Irán, han llevado a Medio Oriente a convertirse en un verdadero polvorín.
Si a eso le sumamos los intereses económicos de Occidente encabezado por Estados
Unidos y los de Oriente principalmente dominados por Rusia pero con una mano negra llamada China, el panorama se complica aún más.
Y no, no es petróleo, es gas. Actualmente Rusia es el mayor suministrador de gas natural a Europa, pero eso pronto podría cambiar, el vecindario saudí ha invertido más de diez billones de dólares para la construcción de un gasoducto que conduzca gas a Europa, vía Turquía atravesando Jordania y Siria.
Conforme la elección presidencial de Estados Unidos se acerca, la relación entre Rusia y Occidente se diluye y empeora.
Ambos ejércitos han situado en cada mar que rodea Medio Oriente a diversos elementos navales, y diariamente realizado sobrevuelos por la zona del conflicto sirio. Las tensiones militares aumentan, el Pentágono ha decidió desplegar los misiles de largo alcance THAAD a
Corea del Sur, pero lo que preocupa es que Moscú y Beijing lo ven como parte de una estrategia para anticiparse a una guerra nuclear.
Rusia por su parte ha empezado a desplegar unidades bombarderas -aviones- Tu95MS y Tu22M3 para patrullar el Pacífico especialmente la zona cercana a Hawaii.
Y si a eso le sumamos el revés que recibió Francia cuando el presidente ruso canceló una visita al país galo, las tensiones se ponen peores.
La situación interna de Estados Unidos le conviene de cierta manera a Trump, aunque eso ha ido cambiando. Pero las circunstancias internacionales suponen la necesidad del liderazgo norteamericano. El riesgo de una catástrofe económica derivada de un conflicto armado de grandes proporciones pone en jaque a los intereses financieros internacionales.
El orden mundial -más bien desorden mundial- ha decidido apostarle a lo seguro, a la continuidad, y eso es Hillary Clinton.
Sin embargo, su eventual llegada a la Casa Blanca no es garantía de nada. Y los retos que no pudo resolver como la encargada de la política exterior norteamericana los tendrá que resolver en el momento cero, es decir a la hora que el pedote esté a punto de estallar.
¿Será que la guerra es inminente?
¿Seré que ésta es la tercera y más temida?