¿Hace cuánto no hueles una rosa?

En la Era de la Tecnología basta un click, un sonido mágico, para satisfacer algunas de nuestras necesidades. De tener hambre, Google te puede conducir a un “drive thru” para sacarte rápidamente del apuro. ¿Ropa? Enciende tu computadora para dar con el centro comercial más grande del mundo hasta en materia de especialidades. Casi todo se encuentra al mover el dedo índice sobre una diminuta pantalla electrónica…

Claudia Martín Moreno Claudia Martín Moreno Publicado el
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En la Era de la Tecnología basta un click, un sonido mágico, para satisfacer algunas de nuestras necesidades. De tener hambre, Google te puede conducir a un “drive thru” para sacarte rápidamente del apuro. ¿Ropa? Enciende tu computadora para dar con el centro comercial más grande del mundo hasta en materia de especialidades. Casi todo se encuentra al mover el dedo índice sobre una diminuta pantalla electrónica…

Si Abraham Maslow –conocido psicólogo por su teoría de la Pirámide de las Necesidades Humanas– disfrutara estos días de esplendor tecnológico, ¿insistiría en que las necesidades básicas, la base de su pirámide, son las fisiológicas, tales como hambre, sed, sexo y homeostasis? 

La respuesta es clara, sí, solo que el hombre moderno tiene una necesidad más básica, primitiva, sustancial y urgente que satisfacer: ¡el tiempo!, porque en apariencia solo existe una regla: la rapidez, la velocidad que todo lo atropella como un torbellino.

En cuanto al tema de los alimentos, la era moderna ha transformado la poética y conocida frase “Sagrados alimentos” por el odioso “fast food”, en donde se hace a un lado el goce y la compañía dentro de un contexto de urgencia en el que halagar al paladar resulta irrelevante. ¿Qué ha sucedido con las interminables tertulias de antaño en las que la comida y su presentación eran igualadas al mejor show de Broadway, pues eran la excusa perfecta para una tarde de conversación inteligente y ágil en compañía de mentes brillantes? ¿A dónde se fueron los enormes banquetes de la Edad Media, en los cuales había largas mesas con todas las delicias posibles seguidas de un elegante baile en un salón con candelabros? 

Toda esta enorme tradición alrededor de una buena comida se ha intercambiado por un licuado o “smoothie” en un envase de plástico listo para tomar rumbo al trabajo. ¿Hemos ganado algo con este radical cambio?

Para poner otro ejemplo, por supuesto rápido, está el tema del sexo. Cada día más y más personas llegan al consultorio psicológico por diversas problemáticas con la sexualidad. Analizando la situación bajo la premisa anterior, el problema radica en la concentración absoluta del fin olvidando los medios, por lo tanto, la diversión. 

La finalidad del sexo es la obtención del orgasmo, llegar al clímax en no más de 10 segundos. Ya no se trata, por lo visto, de hacer una conexión íntima con nosotros mismos y con la pareja por medio de caricias, juegos, perfumes, espacios y balbuceos, lo cual puede finalizar o no en un orgasmo. 

Se requiere buscar y encontrar, un juguetón ensayo-error que demanda precisamente aquello que nos falta: tiempo. 

Así pues, teniendo estos dos ejemplos de la cultura de la comida rápida que estamos padeciendo actualmente, ¿podemos hacer algo para eliminarla por completo?  Debemos recordar día a día y minuto por minuto que la satisfacción no la obtendremos simplemente por satisfacer –valga la redundancia- nuestras necesidades, sino que el camino y el método de satisfacerlas es igual de importante que el resultado. Es decir, olvidar la velocidad y recordar la calidad.

Como reflexión final, en 1981 –tal vez como predicción a la Era de la Tecnología -rapidez- Ringo Starr resumió a la perfección la respuesta o alternativa a esta problemática: “stop and smell the roses…” Así que, andemos a oler rosas…

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