Votar y ser votada, así en femenino. Durante décadas no añejas, sino recientes, las mujeres han tenido que confrontar a la tradición, costumbre, cultura, en la búsqueda de nuestros derechos. Hoy, en una brecha de desigualdad desentendida y entre resentimientos, tal parece que asumir cualquier postura que otorgue derechos a las mujeres es un atentado no sólo legal, sino hasta “moral”.
Sin embargo, en un momento histórico crucial en dónde se presenta tantos casos de violencia política, acosos sexuales, laborales o callejeros, desigualdad salarial, hay que poner el “dedo en la llaga” que pocos quieren ver porque es, definitivamente, contra el profundo hábito de desplazar a las mujeres por ser mujeres incluso hasta el punto de consumar delitos contra nosotras.
Muchas veces he admitido públicamente que en mi casa ni mi madre ni mis abuelas me enseñaron que “por ser mujer” les/nos pasara algo “bueno” o “malo”. Ellas que sacaron solas adelante a sus hijos e hijas, me hicieron entender por sus hechos que yo puedo todo lo que quiera, sueñe o desee. Que no soy menos y que en mí está el poder de cambiar cualquier rumbo que parezca “destino inevitable”.
Por eso, quizá, iba por la vida con un umbral de tolerancia muy alto ante el “por ser mujer”. Y también porque a corta edad me independicé en muchos sentidos. Selecciono a las personas que me rodean y normalmente busco la amistad de hombres y mujeres que tengan muy rebasado este tema de las diferencias, el machismo o las evidentes faltas de respeto.
Hoy les confieso que en búsqueda de esa misma equidad para los y las demás (porque la igualdad de género es para tod@s), me metí a la Comisión para la Igualdad de Género, entre algunas otras que son también parte de mi agenda como del interés público, como de la Desarrollo Urbano, por ejemplo.
Pero sí quise detenerme a escribir los motivos de esta selección en un estado y un país con rezagos tanto para las mujeres como los hombres en una perspectiva de equidad.
Reconozco que la política es el ambiente de lo público en donde más he sentido vulnerada de mis derechos no sólo políticos, sino hasta parlamentarios. Que sí se percibe la diferencia incluso de cómo se le critica a un hombre político (por costumbre sinónimo de poder) y a nosotras que se nos tilda por poco talentosas, abre piernas, arrastradas y un sin fin de complejos derivados de una sociedad preponderantemente machista.
Es en el ejercicio de la política donde descubrí la gran necesidad de la cancha pareja y el umbral se hizo más corto. ¡Qué contradicciones de la vida! Nunca me han interesado los temas que supuestamente son, tradicionalmente de mujeres, pero si no fuera por mis antecesoras que dentro de la arena política y pública pelearon, defendieron, dieron hasta su vida para votar y ser votadas (derecho reciente), yo no estaría aquí.