En una escena de “Hilda”, ópera prima cinematográfica de Andrés Clariond Rangel, la señora Susana Lemarchand busca el abrazo de la trabajadora doméstica, ante la indiferencia de su esposo y la sorpresa de su nuera, tras conocer la noticia del secuestro de su hijo.
El episodio es fundamentalmente sintomático del drama que vemos en la pantalla, y que vivimos en la realidad: querer y ser queridos es la cuestión, es la prioridad impuesta de la vida. “Hilda” muestra esa prerrogativa existencial a través del despliegue extraordinario de una anécdota aparentemente nimia y actuaciones dotadas de un talento que pareciera hecho para realizar los personajes de esta película.
El arte es vida. Es vida inventada, indistinguiblemente paralela de la vida real. Se lee una novela o se va al teatro o se ve el cine para encontrar vida en las páginas de ese libro, en el escenario o en la pantalla. En “Hilda” hay vida. La película estelarizada por Verónica Langer, premiada por su papel de la señora Lemarchand, visibiliza la vida, una realidad; la realidad de la soledad, de la indiferencia y la nostalgia llevada a niveles patológicos, incluso por momentos de suspenso o thriller.
Basada en una obra teatral homónima de la escritora francesa Marie Ndiaye, “Hilda” tiene como telón de fondo la desigualdad de clases. Andrés Clariond Rangel adapta la anécdota al contexto mexicano y cuenta la historia de la relación de una señora rica y la trabajadora doméstica, personificada de manera reveladora por Adriana Paz.
Hijo de un empresario e industrial notable y de una académica e intelectual distinguida, nieto de uno de los personajes fundamentales de la historia política y cultural de Nuevo León como rector de la universidad pública y gobernante que iluminó conciencias a través de sus obras públicas y culturales, Andrés pertenece a ese ámbito de las altas esferas sociales y cuenta con un bagaje progresista para desmarcarse y mirar la vida de manera crítica a fin de reconocer incongruencias y contradicciones.
En “Hilda” aparece una mujer culta que en su pasado tuvo una juventud cercana a los movimientos estudiantiles y a la literatura marxista. El tiempo borró todo eso y la confinó a las tareas domésticas en una jaula de oro. El recuerdo que deriva en trauma de lo que fue, de lo que puedo haber sido, la soledad, la indiferencia y el machismo de un marido en la figura extraordinaria de Fernando Becerril, y la práctica cotidiana de la exclusión desde la abundancia, provocan que el personaje de Lemarchad lleve al extremo la relación con su trabajadora doméstica y consigo misma, al marginarse y perder toda proporción con la realidad, evadiéndola y ubicándola en categoría de esquizofrenia.
Andrés Clariond Rangel retrata una realidad con profundidad, intentando alejarse del retrato que la televisión mexicana brinda de los ricos –y sus sirvientes– en el País, y entrega una primera producción cinematográfica de factura notable y con una selección de actores sumamente afortunada; particularmente los protagonistas, Verónica Langer en el papel principal, ofrecen una soberbia actuación.
Al salir del cine, esta producción de Cinematográfica CR y Pimienta Films se convierte en el espectador en una historia de ficción indistinguible de la realidad; una historia que cumple con entretener y mueve la reflexión y el pensamiento.