Indicadores que engañan
Mark Buchanan, un columnista en Bloomberg, escribió hace unos días sobre un problema del cual muchos economistas han estado recientemente hablando: la falta de indicadores correctos.
Un típico ejemplo es el Producto Interno Bruto, que genera mayor atención mediática de la merecida.
En términos económicos, este es un indicador de flujo, lo que significa es que nos dice cuánto se produjo en un periodo, pero no cuánto tenemos acumulado en riqueza.
Eduardo FloresMark Buchanan, un columnista en Bloomberg, escribió hace unos días sobre un problema del cual muchos economistas han estado recientemente hablando: la falta de indicadores correctos.
Un típico ejemplo es el Producto Interno Bruto, que genera mayor atención mediática de la merecida.
En términos económicos, este es un indicador de flujo, lo que significa es que nos dice cuánto se produjo en un periodo, pero no cuánto tenemos acumulado en riqueza.
En las palabras de Buchanan, es lo equivalente a “tratar de calcular cuánto dinero se tiene en el banco por las entradas y salidas en la cuenta cada mes”.
Tomemos como ejemplo países como Qatar o Kuwait, primero y quinto a nivel mundial en PIB per cápita, respectivamente.
Resulta obvio para cualquier observador que esto se debe a sus enormes ventas de petróleo, que se contabilizan como un ingreso, y no necesariamente por tener un país educado, con buena infraestructura o con sólidas instituciones.
En contraste, Suecia se encuentra en el lugar 18, a pesar de que sus habitantes gozan de mejor educación, instituciones y salud. ¿En qué país preferirías vivir?
Lo anterior pone en evidencia una importante diferencia: entre países, la riqueza no es proporcional al flujo derivado del mismo (medido, en esta ocasión, a través del PIB).
Es decir, si de alguna manera pudiéramos cuantificar el saldo de la riqueza, toda la suma de instituciones, recursos, capital humano y demás, tendríamos historias muy diferentes que contar.
Ultimadamente, el PIB sirve para hacer comparaciones muy rudimentarias entre presidentes y gobernadores, pero nunca será suficiente para llegar a una conclusión convincente.
El problema es enorme, porque inclusive juzgamos a nuestros políticos bajo esta métrica, obligándolos a privilegiar el corto plazo por encima de las inversiones o las decisiones que son costosas, pero pagan mejores dividendos en el largo plazo.
A fin de cuentas, el flujo del cual gozamos en un periodo puede depender de inversiones hechas previamente, mismas que en ningún lugar fueron cuantificadas en su totalidad y por las cuales no necesariamente es recompensado políticamente quien las hace.
Visto desde esta perspectiva, tal vez lleguemos a conclusiones muy diferentes sobre personajes que parecen tener un récord económico impresionante.
¿Luis Ignacio Lula da Silva generó en Brasil esos crecimientos del PIB por sus políticas socialistas, o gracias al stock de inversiones que trajeron las reformas de liberalización en años previos?
Por ejemplo, ¿el PIB de Nuevo León ha crecido por arriba de la media nacional gracias a un gobernador que invirtió en innovación y mejores instituciones, o porque él mismo ha gastado más dinero prestado que ningún otro en la historia? Vale la pena meditarlo.