Justicia con brillantina en la mano
La violación es un delito grave, más si es de una mujer menor de edad. Son inexplicables las secuelas que tiene no sólo en la víctima, sino en su círculo de personas cercanas. No se puede imaginar, menos aceptar bajo ninguna circunstancia. Lamentablemente, en medio del machismo hemos construido una sociedad que se dedica a […]
Indira KempisLa violación es un delito grave, más si es de una mujer menor de edad. Son inexplicables las secuelas que tiene no sólo en la víctima, sino en su círculo de personas cercanas. No se puede imaginar, menos aceptar bajo ninguna circunstancia. Lamentablemente, en medio del machismo hemos construido una sociedad que se dedica a “justificar” a los violadores (en su mayoría hombres). Bajo las premisas del alcohol, la distracción, las minifaldas o el caminar por la noche, “borramos” evidencias de un sistema al que le cuesta reconocer que las mujeres valemos y que no merecemos ser violentadas.
Por eso, es tan necesaria la empatía. Porque vivimos en un país donde uno de los peores miedos de una mujer es ser violada. Porque no es posible que nos acostumbremos cuando las cifras no mienten: En 2019 aumentaron en 20 por ciento las denuncias por delitos sexuales. Según cifras oficiales del Gobierno federal, se abrieron -hasta el momento- 22 mil 749 carpetas de investigación. Mientras que en 2018, se investigaron 18 mil 970 casos. Porque cada vez que le decimos a una mujer que denuncie el sistema de justicia no responde. Y, así, no se puede siquiera documentar o abrir paso a las investigaciones, más difícil a los castigos.
¿Qué queda cuando corre el escalofrío de sentir que estamos casi literalmente contra la pared? La rabia.
Es la rabia la que ha creado los movimientos sociales del último siglo en México. Quizá no pueda ser entendida, pero tiene una gran lista de motivos. La “digna rabia” o el coraje cívico son los que sostienen las ganas de hacer los cambios. Lo que, emocionalmente, sí empuja cuando se tienen objetivos claros.
La rabia necesitada de justicia es lo que significó la brillantina que aventó una activista hacia un funcionario público en la protesta por irregularidades en el caso de una joven de 17 años que acusó de violación a policías en la Ciudad de México. La propia de la versión de las autoridades apuntan a un terrible error de proceso: el médico legista no aplicó el protocolo establecido en violaciones. Por lo mismo, no se tienen pruebas o indicios que lleven a la detención de los presuntos responsables.
¡Cómo no estar enojada! ¿Qué haría cada uno de nosotros, nosotras, si estuviéramos en ese lugar? Pero tal parece que no nos importa. Que es más importante una puerta, una pared, el “saco perfecto” de un funcionario público que la desesperación colectiva por la ineficiencia pública, la indolencia de un discurso de “explicación” y la parálisis de un sistema de justicia que no puede responder a fincar responsabilidades sobre una violación. Una violación.
Ante la emergencia y la crisis hay que responder no con palabras ni con actos mediáticos. Tenemos que redoblar esfuerzos. Todos y todas las que hoy tenemos un cargo público deberíamos estar en ese mismo barco. Entender con una gran dosis de empatía que esa brillantina sólo perseguía justicia y que más nos valdría hacer todo lo necesario. No para que las paredes estén limpias, ni para que no haya “destrozos”, ni para que no existan los funcionarios que se enojan porque les avientan algo… No.
Para que ya no haya niñas y mujeres cargando con el dolor de la violencia. Porque todo lo anterior se puede reparar, componer, rehacer. Pero ellas no vuelven a ser las mismas. Ni nosotras con ellas. Merecemos la digna rabia, pero más habitar un país en donde no tengamos necesidad de salir a exigir justicia con brillantina en la mano.