La cancha y la tribuna
Lo que me impresiona de los mexicanos en los juegos del Mundial es esa capacidad extrema de generar evidencias ante la corrupción, el desgano, la ineptitud o los errores de los participantes.
En el espacio que dirijo pusimos una televisión en la calle para ver los partidos. Las reacciones son espontáneas, inmediatas y diversas.
Hace mucho que no veía el futbol, así que para mi sorpresa, cada vez es mayor el involucramiento como el conocimiento que se tiene del juego.
Indira KempisLo que me impresiona de los mexicanos en los juegos del Mundial es esa capacidad extrema de generar evidencias ante la corrupción, el desgano, la ineptitud o los errores de los participantes.
En el espacio que dirijo pusimos una televisión en la calle para ver los partidos. Las reacciones son espontáneas, inmediatas y diversas.
Hace mucho que no veía el futbol, así que para mi sorpresa, cada vez es mayor el involucramiento como el conocimiento que se tiene del juego.
Es una especie de respuestas racionales con emocionales, y no tan emocionales, como las que recuerdo se tenían hace algunos años.
Por ejemplo, ahora gracias a los sensores instalados se puede conocer con mayor presión si realmente lo que nuestros ojos “reconocen” como gol, es gol.
La otra que he aprendido en estos días (creo que no necesito decir que soy ignorante y espectadora ocasional del futbol porque suena pleonasmo, pero ya lo hice) es que con el registro de movimientos en las cámaras, es mucho más sencillo analizar las jugadas –por tanto, generar estrategias- que como en el pasado.
No me lo enseñó un “experto”, sino un señor como de 60 años muy simpático que tuvo paciencia con mis preguntas.
Eso no es lo único, la inmediatez de las redes sociales virtuales también ha causado estragos desde las tribunas.
Hay partidos que han sido, literalmente, tuiteados por los espectadores en tiempo real y que, incluso, rebasan la creatividad o hasta credibilidad de los medios tradicionales de comunicación.
De ahí que Memo Ochoa se haya convertido en el portero favorito y hasta “casi presidente”, ante una tribuna virtual multiplicada de forma rápida en diversos países del mundo.
Hay algunos que recriminan estos excesos a la afición. Desde lo discriminatorio de sus cánticos, lo estrafalario de su patriotismo hasta la evasión ante las jornadas laborales y los problemas públicos como las reformas en el Congreso que parecen estar “en descanso” hasta que se acabe el Mundial.
Sin embargo, si bien es cierto que realmente hay muchos temas en la agenda ciudadana y pública que están pendientes, también lo es que no hemos generado como sociedad una masa crítica que sea capaz de disfrutar éste y otros entretenimientos sin la necesidad de preocuparse por otros problemas estructurales.
Ante el debate si realmente debemos poner nuestra atención o no en un festival que además está rodeado de rumores de corrupción o si mejor deberíamos ignorar lo que pasa a nuestro alrededor, considero es un debate infructuoso.
Cada quien debería ser libre de decidir en qué invierte o gasta su tiempo.
Porque en realidad lo que estamos viendo es un síntoma de problemas públicos añejos en donde nosotros mismos no hemos construido ese “equipo” y esa “cancha” de lo público en donde se sea capaz de detenerlo todo para observar, dar seguimiento o hasta evidenciar.
Más bien, entender que “sin ánimo de ofender” hay una cultura futbolística de los aficionados alimentada por muchos factores que no requiere regaños sobre lo que puede o debe hacer, sino que nos ubica en el reto enorme: formar esa cultura ciudadana que genere agendas comunes en donde también, como en futbol, existan avances, respuestas inmediatas o se genere evidencias de las acciones correctas o incorrectas e incluso se disfrute con esa pasión.
Dejemos, entonces, las sobredosis de autoridad moral y más bien concentrémonos en una masa crítica de la transformación porque mientras unos están en Brasil, acá sigue estando nuestro país tan necesitado de cambios.