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La cultura del ‘sí me meto’

Desde niños nos enseñan en casa a no meternos en problemas gratuitos. 

Probablemente, como instinto de supervivencia a nuestra cultura del “agandalle”, es mejor llevar la vida en vecindad simple, que estar envueltos en la complejidad de un problema. 

Que, obviamente, la vida es mejor y más sencilla así. 

No obstante, el exceso de comodidad también puede convertirse en un obstáculo para resolver los asuntos de interés común.

Quien se blinda de involucrarse es también responsable de lo que sucede en nuestro país. 

Desde niños nos enseñan en casa a no meternos en problemas gratuitos. 

Probablemente, como instinto de supervivencia a nuestra cultura del “agandalle”, es mejor llevar la vida en vecindad simple, que estar envueltos en la complejidad de un problema. 

Que, obviamente, la vida es mejor y más sencilla así. 

No obstante, el exceso de comodidad también puede convertirse en un obstáculo para resolver los asuntos de interés común.

Quien se blinda de involucrarse es también responsable de lo que sucede en nuestro país. 

Así lo hace saber Mayra Valenzuela a los más de 150 jóvenes de la Red Juvenil VIRAL MX, que escuchamos atentos a la defensora de derechos humanos y a las madres de los jóvenes víctimas de desaparición forzada del caso Heaven, en la Ciudad de México. 

Ella lo dice con la bravura que sólo puede encontrar en el barrio de Tepito: “Te dicen no te metas y nosotros en Tepito decimos: sí, sí me meto y en eso nos hemos convertido. 

“Es un calvario cabrón”, lo reconocen. 

“Tuvimos 13 reuniones con el Procurador y en ninguna nadie nos dio respuesta de dónde están nuestros hijos. 

“Pero hemos estado ahí para que las autoridades nos den la cara y nos las tengan que seguir dando”, reafirma Mayra. 

Con el más profundo coraje cívico y desoladas, pero al mismo tiempo moralmente enteras, las madres de estos jóvenes afirman, mientras sostienen las fotografías de sus hijos, que ellos no eran parte del narcotráfico como se ha asegurado. 

“Salieron a divertirse, como cualquier joven”, dice la mamá de Rafael Rojas. 

Aunque la desaparición forzada ha sido uno de los delitos que se han consumado en su mayoría en el norte del país, el gobierno y la Procuraduría de la capital mexicana hoy tienen la responsabilidad de dar respuesta a las interrogantes de uno de los casos que de nuevo, aporta cualquier elemento de “confusión” pero poco de investigación, que ya ni siquiera es oportuna porque han pasado varios meses. 

Además de su dolor, estas seis mujeres también hablan con valentía de qué es lo que las ha hecho sobrellevar la ausencia. 

La mamá de Rafael, continúa: “Se nos quita el gusto por vivir, pero los queremos vivos o muertos”. 

También les ha ayudado la comunidad en donde viven, “Tepito es solidario, es empático, si algo le pasa a alguien del barrio, mínimo le ponen una veladora”. 

Mayra también refrenda esto al decir que cuando ellas hacen convocatoria para algo que tenga que ver con los muchachos, el barrio de inmediato responde. 

Aunque tienen miedo, la bravura de sus otros hijos, los tepiteños que así las consideran por respeto a lo sucedido, las protege. 

“Si andan de repente con miedo, pero aquí las cuidamos”. 

La transformación de su dolor en una búsqueda, es sinónimo de que “meterse” ahí donde te dicen que no, es parte del cambio que se provoca en las sociedades cuando se tiene que reaccionar o prevenir frente una situación tan difícil como a la que se enfrentan. 

Lo que puedo observar en Tepito que no se ve en Monterrey, por ejemplo, es ese acompañamiento muy visible de más miembros de la comunidad que no solamente sean sus amigos o conocidos, aquellas personas que seguramente entendieron que exigir justicia significa estar juntos metidos en el mismo problema en común. 

Que aunque no es nuestro, mientras impacte a los habitantes del lugar, ya lo es. 

Lo cual ni siquiera significa hacerse defensor de derechos humanos, Mayra dice algo con razón: “Toda aquella persona que quiere una vida digna y justa es defensor de derechos humanos”. 

Y, es ahí, en donde podríamos entender de una vez por todas que hay problemas en los que sí, hay que meterse y meterse bien.

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