A finales del siglo XIX, ejemplares de esta especie fueron enviados a París, pero un día, los axolotes no lo fueron más, se habían vuelto salamandras. La conclusión fue dura: Este animal permanecía en su estado larvario en México pero al salir del Valle del Anáhuac desarrollaba su potencial escondido de salamandra.
Para el antropólogo queda claro que no existe tal cosa como la “mexicanidad” o la identidad fuera de la literatura o el mito. Pero en busca de referencias que la validen, la cultura popular muchas veces asume estas pretensiones literarias como propias. El axolote como potencialidad de salamandra se volvió uno de estos espejos engañosos: México, con el eterno potencial del desarrollo, pero condenado a fracasar y permanecer en estado larvario.
El animal que le jugó una trampa a la naturaleza tenía que ser mexicano. La mexicanidad puede ser un valor construido pero no por ello es menos necesario. Toda nación tiene que crearse sentido de identidad. Lo que preocupa de la nuestra es que muchas veces la adquirimos en sentido negativo o buscamos extinguirla a como dé lugar.
De hecho, cada vez nos cuesta más encontrar un sentido de identidad. La cultura mexicana se diluye ante culturas que ejercen una presión asfixiante. Paradojicamente, la fauna parece también estar resintiendo las consecuencias. Como si al extinguirse nuestra identidad también lo hicieran sus símbolos: El axolote y el águila real están en grave peligro de extinción.
La metáfora parece adecuada. El axolote ha sido desplazado de Xochimilco por especies invasoras a las que hemos dado prioridad sobre nuestro anfibio. Pero lo que las carpas no han hecho, lo ha terminado el mexicano. Los canales de Xochimilco se contaminan y la zona ecológica pierde terreno ante la mancha urbana y su parafernalia de Walmarts y Mcdonalds. Caso similar es el del águila del escudo nacional: hemos acabado con su hábitat. Estamos empeñados en acabar con lo nuestro.
Nuestros símbolos caen y con ellos se pierde nuestra identidad. La solución no es cerrarnos al mundo si no darle nuevo sentido a nuestra identidad. El axolote no debe ser más el símbolo del mexicano encerrado en su jaula, debe convertirse en el símbolo del mexicano universal, aquel que se abre al mundo y logra adaptarse sin perder su esencia.
No planteo aquí una absurda nostalgia por la idiosincrasia y el cliché mexicano. La mexicanidad no significa un sombrero, un bigote y bailar el jarabe tapatío, no hay porque aferrarse a esos estereotipos. Al revés, lo importante será reinventar nuestra esencia para hacer frente al mundo. Solo sabiendo quiénes somos, podremos triunfar. Como siempre, la “mexicanidad moderna” es un espejismo construido, por eso debe ser una construcción que nos ayude y no una condena celestial que nos limite. Nuestra mexicanidad no debe ser un lastre en nuestras interacciones con el mundo global sino una herramienta que nos proporcione guía y solidez. El mexicano moderno debe tirar al suelo la pirámide que carga en su espalda y mejor usarla de escalera. A lo mejor entonces decidiremos salvar al axolote y al águila real.