En la ciudad de la “selva” sólo existe una regla clara: sobrevive no el más fuerte, sino aquel que se adapta a su inhumana infraestructura.
Por muchos años, el abandono de las calles de Monterrey se ha visto reflejado en la inseguridad de quienes transitamos por ellas.
Cuando escribo “inseguridad” no me refiero a los delitos del fuero común, a los que también ya estamos acostumbrados lamentablemente, sino a la inseguridad derivada de no contar con elementos de escala humana para caminar seguros sin que tengamos imprevistos o accidentes.
Aunque nos podría parecer casi absurdo o irrisorio, es importante poner en la agenda obras públicas que realmente dignifiquen nuestros cuerpos que transitan en la cotidianidad.
Hace unos momentos leía de una columna de Sabina Berman la queja “eterna, amarga y válida”, de las obras inservibles o servibles, mejor dicho, para quienes se quedan con parte del dinero público.
La escritora afirma tajantemente: “Pagaré [impuestos] cuando tampoco aparezcan en el paisaje mexicano caprichos inservibles.
Muros solitarios y sin uso. Presas construidas con piedra calcárea, que succiona el agua. Bibliotecas magníficas en la era del libro digital. Museos vacíos que a nadie interesan. Hospitales sin medicamentos cruciales. Telesecundarias sin televisores.
Más que caprichos, coartadas de cemento y piedra: obras inservibles construidas porque donde hay una obra pública hay la oportunidad del pillaje del gasto público”.
Concuerdo, sin dudarlo.
Sin embargo, si esas obras públicas son todo, menos infraestructura que resuelve los problemas básicos de nuestro tránsito por la ciudad, entonces hay que concentrar esfuerzos en los elementos urbanos que son pieza clave para generar otras estrategias de crear nuevos entornos.
Probablemente, subidos en autos poco nos percatemos de lo grave que representa no poder tener caminos seguros para los peatones, quizá nos volvemos como peces que vamos de “pecera en pecera” y que hemos relegado el privilegio de tener dos piernas a una actividad que, tal parece, es para nacos y pobres: caminar.
Pero caminar, en los países del primer mundo no sólo está relacionado con nuestra seguridad vial, sino también con el desarrollo económico de los lugares.
Se ha demostrado que una ciudad para caminar incentiva los comercios y las ventas, tiene un impacto en ahorros significativos en gastos familiares, o públicos, en salud y al generar una demanda peatonal se pueden desprender otras estrategias urbanas que movilicen más personas y menos autos, lo cual a la vez también se traduce en una reducción de los altos niveles de contaminación del aire, que actualmente está vinculada con las principales causas de muerte en el país.
Todo esto, de acuerdo con información del último estudio del Instituto Mexicano para la Competitividad A.C.
Ese “efecto-dominó” es el que debería mantener una de las agendas gubernamentales y ciudadanas que realmente construyan políticas públicas para una ciudad humana, porque además darle prioridad a nuestros pies, también crea entornos en donde los cuerpos se encuentran.
Si París no es la ciudad romántica sólo por su historia o sus artistas… Sino, porque tiene espacios para el encuentro y la convivencia “a pie”, ahí donde uno no tiene que estar encerrado en “la pecera” y puede mirarse a los ojos.
Definitivamente, para que Monterrey deje de ser la segunda ciudad más contaminada del país y la que cuenta con un parque vehicular de prácticamente un auto por conductor, además de las muchas cosas que se deberían hacer desde la administración pública, necesitamos como ciudadanos darle importancia a los espacios por donde caminamos.
Sin que hasta el momento se cuente reglamentación clara sobre las banquetas, ni existan iniciativas públicas para vigilar que realmente sean espacios en las calles en donde caminar seguros.
Piezas clave como las banquetas son elementos de esas luchas que vienen “del futuro” para Monterrey.