El 26 de mayo, en Tlatelolco, un compañero que se presume como miembro del Movimiento Estudiantil del 68 establece –sin decir que está citando a Hegel– que el #YoSoy132 se ubica en la cima de un proceso dialéctico, que empezó con los movimientos sociales de principios del siglo XX.
El 13 de junio se celebra, afuera de las instalaciones de Televisa Chapultepec, la Primera Fiesta por la Luz de la Verdad. Inaugurando un ciclo –no encuentro una mejor palabra para describirlo– de actividades artísticas y culturales: proyecciones y performance, que se duplicarían para el 27 del mismo mes, y que a partir de ahí convertirían a Televisa en el centro principal de la protesta, en términos de salir a las calles.
Recalcando –cabe decirlo–, que hay forma de eclipsar al sol inmenso que es Televisa.
El 22 de julio, en la tercera megamarcha contra la imposición, miembros del #YoSoy132 de León y de Oaxaca sufrieron actos de represión por parte de sus gobiernos municipales.
En el primer caso, se detuvo a seis integrantes –cuatro hombres y dos mujeres–, mientras que en el segundo, a un total de 25 personas. De esta última acción, surge el vaticinio que a su manera también es dialéctico.
A través de un pronunciamiento hecho por el Comité Jurídico y de Derechos Humanos de #YoSoy132, la consigna es clara: “Seguiremos insistiendo al gobierno mexicano finalizar las VDH de los integrantes del movimiento en el contexto de la ‘criminalización de la protesta social’, y recalcamos que ejercemos, como movimiento ciudadano, el pleno ejercicio de los derechos y libertades fundamentales”.
El #YoSoy132, al igual que el Movimiento Estudiantil del 68, por poner un ejemplo, buscan en esencia lo mismo. El 68, como apunta Monsiváis en su “El 68”: “La tradición de la resistencia, consiguió luchar, de alguna manera, por la defensa de los derechos humanos, en el sentido de tratarse precisamente de preceptos que se poseen y no a las que se aspira”.
El 132, a su modo, busca lo mismo; aunque en esencia sean diferentes.
Las similitudes que guardan, en muchos casos no son en términos de sí mismos, sino de aquellos que los critican, y ven en ellos una amenaza.
De tal manera que como mencionaba el compañero, en la Asamblea de Tlatelolco del 26 de mayo, el 132 se encuentra, evidentemente, en la cima de un proceso dialéctico, en donde su más claro antecedente es el 68.
Esto no en el sentido de que hayan surgido bajo el mismo contexto y sean producto de las mismas situaciones. Sino en el sentido de que el gobierno mexicano y los medios de comunicación han actuado de la misma manera.
Jenaro Villamil comentaba el 23 de mayo por la noche (después de la #MarchaYoSoy132 en la Estela de Luz), en el programa de CNN de Carmen Aristegui, que el PRI había reaccionado, a propósito de las protestas estudiantiles del 11 de mayo, de la misma manera que lo había hecho más de 40 años atrás con el Movimiento Estudiantil del 68.
La consigna, a su manera, también es dialéctica: son infiltrados.
En el 68, eran comunistas; en el 2012 –en lo que parecen los rastros de un lugar común surgido a partir una Guerra Fría no superada–, acarreados de grupos de izquierda.
Del 68 al 132, medios de comunicación hablan a favor de las acciones del PRI (gobernando o no; si es que alguna vez dejó de hacerlo).
Del 68 al 132, el que protesta, es un criminal.