La noche del miércoles pasado no fue una noche común en el Barrio Antiguo, como tampoco lo fue la del 22 de mayo de 2011.
Entre mis recuerdos me encuentro en la calle Diego de Montemayor, mirando atónita las manchas de sangre fresca que todavía están sobre la banqueta, acompañada de otros jóvenes que han llevado pancartas, fotografías y la rabia contenida.
Algunos dicen que lo que pasó esa noche en el Café Iguana, fue “el tiro de gracia” de muchos otros sucesos que estaban deteriorando la calidad de vida del Barrio Antiguo.
Aún no se sabe a ciencia cierta que pasó esa noche, como se nos ha hecho costumbre en la justicia mexicana.
Pero de ese momento, quedaron los impactos de bala sobre la pared que son como cicatrices.
Según cifras oficiales, el saldo de esa tragedia fue de cuatro muertos y varios heridos.
El Café Iguana se convirtió en un proyecto de identidad propia que comenzó su propietario, “Fony” –como le dicen de cariño por su sonrisa en la expresión de su rostro-, hace muchos años y que sirvió como plataforma para los nuevos talentos musicales de la ciudad y del país.
A partir del suceso, tuvo que cerrar sus puertas.
Después de esa noche del 22, nada volvió a ser como antes.
Hace unos meses llegó a nuestras oficinas del Laboratorio de Convivencia Benny Contreras, de Trenza Films A.C., para proponer la idea de co-organizar la Semana de Cine Documental que creara una reflexión ciudadana mediante este arte sobre su participación en la reinvención de este espacio histórico.
A la iniciativa se sumaron instituciones públicas, empresarios, vecinos, entre otros.
“Hay que hacer una función en el Café Iguana”.
Esa frase nos “taladró” a todos en la cabeza durante semanas.
Convencer al propietario, entrar en un diálogo franco con las autoridades locales, conseguir los apoyos, armar la agenda cultural, trapear el piso, pintar las paredes… Limpiar hasta el corazón…
Incertidumbre: ¿si pasa “algo”?, ¿cuáles serán las impresiones?, ¿vendrán?”.
Preguntas y más preguntas.
El miércoles 12 de junio estábamos ahí en el pasillo, en donde aquella noche trágica sólo se escucharon disparos.
Unas flores, una voz temblorosa y el ruido de la reja que subía dejando entrar la luz por la puerta.
Niños, mujeres, jóvenes, adentro con el olor a pizza y a “calor humano”.
Reencontrándose con un lugar que ha marcado la historia del centro de la ciudad.
Dice mi amigo Jorge Melguizo, quien ha trabajado por mucho tiempo en Medellín, Colombia, el tema de Cultura Ciudadana y para la paz, que los espacios que han sido trastocados por la violencia están obligados a reinventar su vocación.
La educación, el arte, la ciencia, entre otros son medios.
Estos lugares tienen que transformarse para entrar en renovados procesos sociales que favorezcan entornos para la no-violencia, la esperanza y el compromiso ciudadano…
Esa es la manera más efectiva de apelar a la memoria, a pesar de las heridas.