La otra revolución
A veces me pregunto si es que porque estoy en política que me ha cambiado la perspectiva en muchas cosas que consideraba absolutos sin puntos de flexión. Durante esta semana he tenido un vaivén de análisis profundos a partir de los sucesos que pusieron al Senado de Mexico en el “ojo del huracán”. Me pregunto […]
Indira KempisA veces me pregunto si es que porque estoy en política que me ha cambiado la perspectiva en muchas cosas que consideraba absolutos sin puntos de flexión. Durante esta semana he tenido un vaivén de análisis profundos a partir de los sucesos que pusieron al Senado de Mexico en el “ojo del huracán”.
Me pregunto qué tiene de malo considerar la posibilidad de transparentar procesos. Qué podría hacerlo difícil si en cualquier relación cuando se duda, lo mejor es aclarar.
No lo digo con ingenuidad sino a sabiendas de que actualmente estamos en un contexto difícil. Pero si se tiene la mayoría, ¿cuáles son los miedos de perder? No me cabe en la cabeza que a estas alturas del partido, siendo observados tan agudamente por la ciudadanía que representamos, sigamos perpetuando las negociaciones en lo “oscurito” que dejan lugar a muchas suspicacias que lastiman a las instituciones.
Considero que la elección de la Presidencia de la Comisión Nacional de Derechos Humanos era una decisión compleja y delicada ante un proceso vulnerado por la duda. Que, por lo tanto, a nadie le costaba hacer la apuesta por aclararla. Nada más eso. Ni más ni menos.
Porque en la democracia también se pierde, pero siempre será mejor saber por qué con certeza.
Lo que hoy conocemos, además de un proceso altamente cuestionado, también es la vergüenza por la que se pasa cuando las personas tampoco se comportan a la altura. No es correcto que ante las diferencias se tenga que llegar a los extremos. Por eso también la gente no nos cree. Están cansados de ver en el Senado a gente que tal parece tienen que abandonar la pelea de las ideas y suplantarla por la de los empujones.
Esta semana del “haiga sido como haiga sido” será recordada por la ciudadanía como una de las fechas simbólicas de desconfianza. Porque no sólo desconfían de algunos (según su percepción). Ese martes, todos fuimos corresponsables de no hacer demasiado por evitar lo que sucedió. La indignación es justamente porque en lugar de despejar cuestionamientos, se alimentaron y se sembraron más.
Por otra parte, a veces, cuando me preguntan que por qué no me subí a defender a golpes mi postura, también entiendo que tenemos como representantes a la frustración que depositamos en ellos y ellas. Lo cual nos habla de un país instalado en el “ver sangre” como deporte favorito. Porque a eso, las y los políticos nos han tenido acostumbrados. Y como diría Juan Gabriel: “La costumbre es más fuerte que el amor”.
¿Se pudo evitar todo eso? Puede ser que sí. Pero no hay “hubiera”. Cada quién reaccionó como pudo ante la crisis política. Demostrando cuánta madurez nos falta para actuar con altura ante las decisiones tan importantes para este país. Así que la otra revolución, la que no se hace con las armas ni con los insultos ni con los gritos, seguirá siendo en el terreno de las ideas.
Ahí donde seamos capaces de no sucumbir ante la tentación de agravar los problemas sino solucionarlos. Donde dejemos de temerle a la transparencia y sepamos responder a una ciudadanía a la que hoy con tanta información podemos confundir, pero no engañar.
Esa revolución política que, al menos yo aprendí de mi maestros e inspiraciones en política los colombianos Sergio Fajardo y Antanas Mockus: “La política tiene que sacar lo mejor de las personas”.
Así y no lo peor…