La perdición del DF
De ahí que sus gobernantes hábilmente hayan entendido que el poder no solo depende de la geografía o el dinero, para que Alejandría fuera verdaderamente la ciudad que Alejando Magno soñó, tenía que convertirse en el centro de producción de conocimiento más importante.
Emilio LezamaDe ahí que sus gobernantes hábilmente hayan entendido que el poder no solo depende de la geografía o el dinero, para que Alejandría fuera verdaderamente la ciudad que Alejando Magno soñó, tenía que convertirse en el centro de producción de conocimiento más importante.
La gran biblioteca de Alejandría, uno de los más grandes hitos del mundo antiguo, no fue únicamente producto de la vanidad. La biblioteca fue uno de los enclaves del auge político, social y económico de Alejandría. La primera “ciudad mundial” lo fue no solo por su puerto y su localización geopolítica sino porque se empeñó en ser un centro multicultural del conocimiento, una especie de meca del saber, vía crucis de la humanidad. Los gobernantes de Alejandría comprendieron la famosa frase: “Conocimiento es poder” y utilizaron la riqueza cultural de la ciudad para atraer a los hombres más sabios y talentosos de su tiempo. Alejandría entendió que la innovación es la base del desarrollo.
Aún hoy, la misma lógica impera sobre las ciudades globales. Además de la bonanza económica y política, las ciudades que aspiran a la grandeza entienden muy bien la importancia de la producción del conocimiento. Por eso buscan incentivar la investigación, la cultura y la academia, y al mismo tiempo crear vínculos entre esta y el sector privado. El objetivo es atraer a esa clase social que el economista estadounidense Richard Florida ha denominado la “clase creativa”. La clase creativa es aquella fuerza laboral que comprende a los artistas, profesores, científicos, abogados, ingenieros y trabajadores de la educación, entre otros. Según Florida, esta clase socioeconómica se ha vuelto el motor de crecimiento en las sociedades postindustriales.
A pesar de ser una de las ciudades más ricas del mundo, la Ciudad de México sufre un rezago importante en esta materia. Al carecer de un plan a largo plazo, infraestructura y fomentos, el DF no es atractivo para la llamada “clase creativa”. Las leyes del DF vuelven difíciles la apertura de empresas, las instituciones académicas públicas están aisladas sin prácticamente ningún vínculo con el sector privado y el caos urbano vuelve poco atractiva a la ciudad. El resultado es que, medido contra otras ciudades de su mismo tamaño e importancia, el DF está muy por debajo de la media en cuanto a producción de conocimiento.
De mantenerse este rezago, el DF irá perdiendo terreno en el concierto internacional. Ciudades que hasta hace unos años eran menos exitosas que la Ciudad de México han implementado con éxito programas para promover la innovación que las están catapultando en la escena internacional.
El asunto no es menor, la captación de talento y trabajadores de alta calidad, así como la capacidad de creación de conocimiento y tecnología son factores determinantes para la inversión extranjera y para la producción nacional; en este sentido el DF tiene una gran desventaja competitiva.
Nadie sabe con certeza en qué año o por qué razón ardió la biblioteca de Alejandría. Sin embargo, su caída significó el final de una época de esplendor que la ciudad nunca recuperaría. Quizás como metáfora, en las llamas murió el sueño de una ciudad que quiso dominar al mundo. Una ciudad sin conocimiento quedaría condenada a la decadencia.