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La primavera de Estambul

Todo comenzó con un parque. El detonador fue un proyecto gubernamental que pretendía reconstruir un viejo edificio militar en los terrenos del  parque Gezi en la plaza de Taksim, uno de los últimos pulmones verdes en el centro de esta megaciudad. La respuesta no se hizo esperar y unos días más tarde un grupo de ambientalistas decidió tomar el parque en forme de protesta. Hasta aquí todo normal, un día cualquiera en una de las grandes ciudades del mundo.

Todo comenzó con un parque. El detonador fue un proyecto gubernamental que pretendía reconstruir un viejo edificio militar en los terrenos del  parque Gezi en la plaza de Taksim, uno de los últimos pulmones verdes en el centro de esta megaciudad. La respuesta no se hizo esperar y unos días más tarde un grupo de ambientalistas decidió tomar el parque en forme de protesta. Hasta aquí todo normal, un día cualquiera en una de las grandes ciudades del mundo. Lo que no fue normal fue lo que siguió, la violencia desmedida con la que las fuerzas públicas irrumpieron en el parque, quemaron las tiendas de campaña y con gases lacrimógenos esparcieron a los manifestantes.

Esa brutalidad fue la gota que derramó el vaso de una Turquía que empieza a cansarse del cada vez más conservador primer ministro Recep Tayyip Erdogan. El primer ministro turco comenzó su mandato a principios de 2003 y desde entonces ha ejercido el poder ininterrumpidamente. Si bien en un principio su gobierno logró potenciar la economía turca y devolverle el lugar de potencia regional, en los últimos años su tendencia islamista empieza a causar disgusto en un país que ha sido tradicionalmente secular. Esto es particularmente cierto de los jóvenes que ven con desconfianza los intentos del primer ministro de coartar sus libertades; Erdogan ha intentado pasar leyes para limitar la venta de alcohol y prohibir besarse en público. 

El 31 de Mayo todo estalló cuando la policía se enfrentó a decenas de miles de manifestantes, principalmente jóvenes que habían unido sus voces a los agredidos del parque de Taxsim. Pero está vez las consignas ya no se limitaron a la destrucción del parque,  desde ese momento el movimiento ha dirigido sus esfuerzos contra el gobierno de Erdogan a quien acusan de tener actitudes dictatoriales. Este último por su parte ha hecho un esfuerzo particular por confirmar las acusaciones de los jóvenes turcos. Ha declarado una y otra vez que los manifestantes son terroristas y que no se tocará el corazón para acabar con las protestas. 

Ahora el discurso de Erdogan se vuelve cada vez más iracundo, más incendiario y la situación es crítica para los jóvenes manifestantes. La policía ha violado los derechos humanos de los manifestantes y el gobierno ha polarizado a la población.  Amnistía Internacional ha acusado al gobierno de Erdogan de mantener prisionero a más de 70 manifestantes en condiciones ilegales. 

Mientras tanto en la plaza de Taxsim las banderas siguen ondeando, muchas de ellas traen impresas la imagen de Atatürk, el gran unificador de Turquía, el heroe.  Como símbolo opuesto está el del primer ministro turco que ha dejado claro su posicionamiento; su falta de respeto a los valores democráticos. Erdogan es partidario del miedo, la represión y a la violencia como forma de hacer frente al desacuerdo. Por ello, la comunidad internacional no debe despegar sus ojos de Turquía, Erdogan ha demostrado de lo que es capaz y la situación puede complicarse. 

Por un lado de la plaza Taxim la música sale de los amplificadores, los gritos de paz se extienden entre la multitud, pero pronto, en unos cuantos minutos, del otro lado los gases lacrimógenos irrumpirán en la tarde purpura de Estambul; Erdogan hace acto de presencia.

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