Nos acostumbramos a tener una ciudad sin banquetas amplias y en buen estado para caminar.
En donde las bicicletas sólo son para pasear a los niños en el parque o para hacer ejercicio.
Nos enseñamos a “adorar” al automóvil como símbolo de estatus y progreso.
Como dice Juan Gabriel, la costumbre es más fuerte que el amor y la gran desventaja de esa costumbre es que sostiene un modelo de ciudad que está dando señales de ya no servir para la supervivencia humana.
Entonces, planear y hacer una urbe que apueste a la convivencia, la sustentabilidad o el desarrollo de otros mercados emergentes se vuelve en un reto colectivo contra-cultura.
Porque en este punto no se sabe a ciencia cierta qué es primero. Si crear la infraestructura para provocar nuevos hábitos o hacer que los hábitos demanden a lo privado y a lo público otro modelo de ciudad.
Ante la crisis que vivimos seriamente estoy convencida que debe ser en ambos sentidos.
No obstante, en esto de entender qué significa “calidad de vida”, la costumbre hace que pensemos que está relacionado con el mismo modelo, es decir, la mayoría de los habitantes siguen pensando que las vialidades, los segundos pisos o los estacionamientos gratuitos deberían ser prioridad de los gobiernos.
Por supuesto que si nuestros traslados son en su mayoría en auto y el caos vial nos “roba la paz”, está claro que esa va a ser la prioridad.
Justo porque la ciudad, además, está diseñada a escala vehicular.
Esos problemas deben ser resueltos, sin duda, sin embargo tenemos que pensar en las transformaciones que darán garantía a la calidad de vida de la urbe conforme nos alcanza el futuro.
Entonces, no, eso no debería ser la prioridad.
Asumir con responsabilidad tal aseveración implica y requerirá, tanto de gobiernos como ciudadanos, una transformación de fondo que atentará el “culto al auto” y la “autodependencia”.
Se tienen que romper paradigmas, crear otros, desobedecer reglamentos y leyes y crear otros, deshacernos de hábitos nocivos para gestar nuevas costumbres.
Esto no es un “invento” de unos cuantos.
A veces cuando escucho a lo lejos que nos fincan responsabilidades sobre este tipo de proyectos a quienes compartimos esta visión renovada de ciudad, por un lado me da orgullo saber que estamos haciendo la apuesta más grande para resolver la encrucijada en plena época de crisis.
Pero por otra parte quisiera que se entendiera que el beneficio no es personal sino público.
En los próximos días el colectivo Distrito Tec, junto a otras instituciones públicas, privadas y los vecinos que sí comparten esta visión, harán tangible en una obra los objetivos que hemos estado trabajando por años para proveer a la rotonda que está frente a las instalaciones del Tec caminos seguros para los peatones, arborización, luminarias y otros mobiliarios.
De eso se trata, de ir en ambos sentidos, porque de lo contrario no avanzamos.
Por mi experiencia me ha quedado claro que ningún daño le han hecho a países como Suecia, Francia, Finlandia, por citar a algunos, mover al Estado, al mercado y la sociedad en esa visión.
Entonces, sí, un modelo de ciudad de escala humana será “molesto” porque está gestando algo desconocido.
Porque nadie nos enseñó a cómo cambiar a una ciudad cuyo diseño y hábitos ya no contribuyen al buen vivir.
Porque como dice la canción, la costumbre es más fuerte que el amor.
Sólo que la costumbre ya no alcanza para sobrevivir en el caos urbano…