La sonrisa más larga del sexenio
Con jovialidad paradójica y desatrampado cinismo el presidente Calderón anunciaba la derrota de su partido y el aparente triunfo de Enrique Peña Nieto como próximo presidente de México. Tan solo hace unos sexenios, la peor pesadilla de un panista como Felipe Calderón era tener que entregarle el poder alguna vez al PRI. El PAN, única verdadera oposición partidista al régimen, durante décadas sufrió en carne propia los peores hábitos del régimen dictatorial priista, y sin embargo allí estaba Felipe Calderón aquel primero de julio con la sonrisa más larga del sexenio.
Emilio LezamaCon jovialidad paradójica y desatrampado cinismo el presidente Calderón anunciaba la derrota de su partido y el aparente triunfo de Enrique Peña Nieto como próximo presidente de México. Tan solo hace unos sexenios, la peor pesadilla de un panista como Felipe Calderón era tener que entregarle el poder alguna vez al PRI. El PAN, única verdadera oposición partidista al régimen, durante décadas sufrió en carne propia los peores hábitos del régimen dictatorial priista, y sin embargo allí estaba Felipe Calderón aquel primero de julio con la sonrisa más larga del sexenio.
Razones no le faltan al actual presidente para sonreír, el surgimiento de un nuevo villano favorito ha beneficiado su imagen pública y le ha dado una cierta tranquilidad que no había gozado en mucho tiempo. De pronto y por primera vez desde que asumió el cargo, Felipe Calderón no es el blanco preferido de sus habituales detractores, no es el centro de la burla ni de la crítica. El triunfo de Enrique Peña Nieto en las elecciones le ha dado la oportunidad a Calderón de convertirse en un mal menor, la llegada de un nuevo villano le da al presidente la posibilidad de reivindicarse ante la historia. No se trata por supuesto de nada que celebrar, sólo un cínico podría desearle a su país ser olvidado gracias a una catástrofe aún peor, pero de cinismo está construida la nación.
Por otro lado, el triunfo de Enrique Peña Nieto abre la posibilidad de una transición más tersa, y sobretodo de la posibilidad del pacto. Calderón está consiente de las posibles implicaciones legales de sus acciones al mando del ejecutivo y le preocupa su futuro. Por ello, si bien es cierto que salir de los reflectores lo ha beneficiado, haría bien en matizar su sonrisa. La llegada de un gobierno más polémico que el suyo no es una virtud y Calderón aún tendrá que responder por todas las violaciones a los derechos humanos en las que en el marco de la otrora llamada guerra contra el narco incurrió su gobierno. Sin embargo, por el momento el presidente ha preferido la salida cínica. Declaró hace unos días que la derrota del PAN en los comicios no fue un juicio a su gobierno, difícil creer que no lo haya sido, sobre todo con dos candidatos de oposición que ofrecían realmente muy poco. Doce años de mediocridad lograron acabar con la paciencia de los ciudadanos, las elecciones presidenciales fueron un gran juicio al gobierno de Calderón, los votantes parecieron decir, antes los corruptos, antes los radicales que la continuidad de este gobierno. Pero mientras el PAN sufre una gran crisis Calderón sigue enfrentando la adversidad con cinismo; previo a las elecciones había presumido que las protestas sociales no iban dirigidas contra él, un triste logro que revela la pobreza en las aspiraciones de nuestros gobernantes. Más sintomático aún, Calderón muestra dos caras: después de haber roto protocolos y haberse reunido con Peña Nieto en Los Pinos y de haber declarado tan flagrantemente su victoria en cadena nacional, ahora cuestiona la jornada electoral y habla de la compra de votos, seis años demasiado tarde. Por lo pronto la sonrisa más larga del sexenio parece ser también una de las traiciones más importantes a los ideales de un partido que luchó durante décadas por la democracia en nuestro país.