Los anacrónicos
Los priistas nunca lograron transformar su discurso, no pudieron adaptarlo a la nueva época. La omisión es importante, sobre todo en el contexto priista. El partido de la dictadura perfecta se empeñó en renovar su imagen pero olvidó algo preciado en el camino: el discurso.
En la Convención Demócrata, Bill Clinton triunfó porque entendió a su público y le habló directamente. Fue un discurso sincero, claro y aun así lleno de información, de datos y de cifras, algo impensable en nuestro país.
Emilio LezamaLos priistas nunca lograron transformar su discurso, no pudieron adaptarlo a la nueva época. La omisión es importante, sobre todo en el contexto priista. El partido de la dictadura perfecta se empeñó en renovar su imagen pero olvidó algo preciado en el camino: el discurso.
En la Convención Demócrata, Bill Clinton triunfó porque entendió a su público y le habló directamente. Fue un discurso sincero, claro y aun así lleno de información, de datos y de cifras, algo impensable en nuestro país.
Clinton logró cautivar millones de potenciales votos no solo por su elocuencia al hablar o su gran carisma, sino porque demostró con información precisa que tenía razón.
Pero si en Estados Unidos los discursos ganan elecciones, en México las elecciones se ganan a pesar de ellos. En ese sentido, las recientes campañas electorales en México fueron un absoluto fracaso. Los candidatos parecían hablar desde el pasado y dirigirse a un público inexistente. En sus mentes dirigieron su discurso a la población mexicana de los años 50. Pero los candidatos no lograron sembrar nostalgia en los ciudadanos, más bien aburrieron a un país entero.
Josefina Vázquez Mota confundió a México con la Inglaterra de la postguerra. Pensó que bajar de tono su voz a la Margaret Thatcher le daría un aire de autoridad y legitimidad en un país caricaturizado por la idea del machismo.
Josefina habló a las mujeres como si fuera un hombre y a los hombres como mujer. A su voz agregó una sonrisa más plástica que la de Mick Jagger, pero menos encantadora.
Los discursos de Vázquez Mota tuvieron la elocuencia y la naturalidad de un simposio de especialistas; ni una sola gota de espontaneidad cupo entre sus labios alargados. Si Josefina fue falsa, Peña Nieto fue anticuado. Al candidato del PRI no le enseñaron la importancia de ser natural. Por una parte le hicieron memorizarse sus largos monólogos y por otra le instruyeron en gestos y movimientos que acompañarían bien ciertas expresiones.
Pero no logró combinar ambas técnicas; los ademanes siempre fueron forzados, tensos y a destiempo, como si se acordara de la recomendación de última hora. Además, su discurso desentonaba con la imagen que se quiso dar de él. No hubo nada de fresco o joven en su manera de dirigirse al público.
Por último Obrador fue monolítico. Pronunció una sola idea y se aferró a ella como si su candidatura dependiera de ello. Obrador se siente en casa en la plaza pública donde sus seguidores lo vitorean como a un gran héroe romano, pero es incapaz de transmitir una sola idea cuando se enfrenta a una cámara.
Sus palabras parecen ancladas en una izquierda prehistórica. En la era digital, donde las cosas suceden a una velocidad exasperante, Obrador habla como si contara historias a sus nietos.
Mucho tendrían que aprender los políticos mexicanos de lo sucedido en la Convención Demócrata hace unos días. Pocos políticos en México han entendido que la época de la grandilocuencia y los discursos plagados de generalidades se ha acabado.
Los ciudadanos reclaman políticos precisos y cercanos a ellos. Sus discursos tienen que reflejar los anhelos de su población, son a ellos a quien tienen que convencer.